La inculturación del Evangelio consiste en la acción de "penetrar", "infiltrar" o, mejor aún, "impregnar" cada cultura con la "sal de Cristo", con el "fermento del Espíritu", de modo que sea la acción misma del Espíritu de Cristo la que ilumine y transforme a las personas y las sociedades "desde dentro".
Lamentablemente, muchos sacerdotes y misioneros no han entendido esto así, sino que han asumido la inculturación como una estrategia evangelizadora en la que se toman elementos de la cultura local para atraer más gente a las celebraciones religiosas o a las comunidades eclesiales.
Asumida así la Evangelización, la Iglesia y el Evangelio terminan siendo amoldados a los patrones culturales locales... y esto no es inculturación del Evangelio, sino su aculturación, dando como resultado una lamentable deformación y, en no pocos casos, una degradación de la vivencia de los sacramentos y del estilo de vida auténticamente cristiano.
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