Por: Carlos Augusto Arias Vidales Trabajo presentado como requisito académico en el curso “Segundo de Filosofía” del Seminario de Cristo Sacerdote, de Yarumal (Ant.) - 2007 El pensamiento de Platón, en sus diversos aspectos (incluyendo, por supuesto, su visión antropológica), está caracterizado por el dualismo. Gráfico 1 (para maximizar la imagen, clickee sobre ella) Según este pensador griego, el ser humano es un compuesto de dos substancias: el cuerpo (soma, substancia material) y el alma (psijé, substancia espiritual). El alma (eterna, atemporal e igual en dignidad a las demás almas) preexistió al cuerpo en el Eidos, el mundo de las ideas, donde fue creada directamente por el Demiurgo, y donde se ocupaba en contemplar las Ideas. Sin embargo, el alma cayó en una falta o culpa, a causa de la cual abandonó el Eidos y vino a encarnar en un cuerpo sensible, en el cual queda aprisionada temporalmente; esta es la primera encarnación. Así pues, el alma es una realidad intermedia, no es un ser material, pero tampoco es una Idea. De modo que, para el alma, la encarnación en el cuerpo es una especie de castigo a causa de su culpa; castigo consistente en soportar, e incluso luchar contra ellas (sin posibilidad de vencerlas plenamente durante su vida sensible), las características del cuerpo, que son contrarias a las del alma, y que la arrastran hacia actos y pasiones rastreras. Gráfico 2 (para maximizar la imagen, clickee sobre ella) Debido a estas características, el cuerpo es un estorbo para el alma, porque le crea necesidades, enfermedades, deseos, temores, pasiones, sensaciones… que inclinan al ama a los placeres sensibles, a los actos violentos y la guerra, a la ambición, a poseer cada vez más… todo lo cual le impide al alma dedicarse a su quehacer propio: la contemplación de las Ideas. De lo anterior, resulta que, para Platón, el ser humano es un ser escindido, imperfecto e incapaz de conseguir la unidad y la armonía. En consecuencia, la situación ideal para el hombre es la muerte, es decir, la liberación del alma con respecto a las ataduras y estorbos sensibles, para poder volver al Eidos, donde preexistía al cuerpo. Sin embargo, tras la liberación de la primera encarnación, el alma no regresa inmediatamente al Eidos, sino que, debe peregrinar por tiempo de mil años, tras los cuales reencarna en otro cuerpo. Así, debe cumplir un circuito de al menos 10.000 años de sucesivas reencarnaciones. En cada reencarnación puede elegir un nuevo género de vida, de acuerdo con una jerarquía: 1º Filósofo 2º Rey 3º Hombre de Estado, Padre de Familia o Comerciante 4º Gimnasta, Artista o Médico 5º Profeta o Sacerdote 6º Poeta 7º Obrero Artesano o Labrador 8º Sofista o Demagogo 9º Tirano Esta elección, además, se hace con base en el grado de justicia alcanzado en la vida sensible previa. No obstante, tal posibilidad de elección implica el riesgo de equivocarse, de hacer una mala elección que, en vez de acercar al alma más a la posibilidad de regresar al Eidos, la demore todavía más tiempo en el circuito de reencarnaciones. Sólo se libran de este periplo las que hayan reencarnado como filósofos (obviamente, justos y veraces) por tres veces consecutivas. Todo lo anteriormente dicho sobre las reencarnaciones, es la conocida teoría de la transmigración de las almas. Ahora bien, de todo esto se desprende que, para Platón, el cuerpo sensible no era importante; tanto es así, que llega a afirmar que “el hombre es el alma”. Pero su teoría del alma tuvo una evolución a lo largo de su obra. Inicialmente, en el Fedro, plantea la existencia de tres almas; pero más adelante, en la República, habla de la existencia de tres partes o funciones del alma, como veremos en la siguiente tabla: Gráfico 3 (para maximizar la imagen, clickee sobre ella) De estas, por supuesto, la principal, la que constituye la esencia del hombre, es el alma racional. POSTURA PERSONAL No comparto la concepción platónica. Para empezar, no concibo el ser humano como un compuesto de dos sustancias distintas por naturaleza. Desde una postura holista o sistémica, concibo al ser humano como un ser biopsicosocial, unidad esencial cuya existencia se manifiesta, y se relaciona con el entorno, en tres dimensiones: biológica, psíquica (que incluye lo psicológico y lo espiritual) y social. Por tanto, el hombre, como ser integral, no tiene partes menos dignas y despreciables; el ser humano, en cuanto tal, es todo él digno y merecedor de aprecio. Precisamente, debido a esta unidad esencial, no comparto tampoco la teoría de la transmigración. Ni el cuerpo humano es un mero “forro”, por demás despreciable, que se cambia por otro cada determinado tiempo, ni “el hombre es el alma”. El hombre es todo él, integralmente. Cuando, con la muerte, se degrada el sistema celular, no se libera nada, simplemente se produce un cambio de estado, tal como nos lo explica San Pablo en 1Co 15,35-58, al hablar sobre la “resurrección de la carne”. La confusión suele residir en el hecho de identificar el “cuerpo” con el sistema celular que manifiesta la dimensión biológica del hombre; ahí sí cabe la duda que, retóricamente, se plantea a sí mismo San Pablo, puesto que, si el sistema celular se ha degradado alcanzando la neguentropía máxima, entonces, ¿Con qué cuerpo se resucita? Recurramos en este punto a un postulado científico: “La materia no se crea ni se destruye, se transforma” [1]. Ilustrativo es el ejemplo que plantea San Pablo a partir de la semilla: ésta es, ciertamente, un ente en sí mismo; sin embargo, al ser sembrada, se transforma, y en el proceso de tal transformación, va perdiendo sus características de semilla, va dejando de ser semilla, y evoluciona hacia otra forma, hacia otro ente, totalmente diferente al anterior, pero con el cual puede establecer una línea genésica de continuidad. Además, resulta ingenuo identificar el “cuerpo” con el “sistema celular”, puesto que cada día perdemos y regeneramos millones de células. Si tal identificación fuera correcta, ¿no significaría eso que todos los días dejamos de ser nosotros mismos? Así, pues, la palabra que nos da la clave es el verbo “revestirse”. Al morir, al degradarse el sistema celular, el cuerpo no hace sino cambiar de estado, revistiéndose de una cualidad distinta; evoluciona hacia un cuerpo más perfecto, un cuerpo espiritual, como lo atestigua la aparición de Jesús resucitado a Santo Tomás (Jn 20,24-28): evidentemente es el mismo Jesús, con su mismo cuerpo; tanto así, que hasta presenta las mismas heridas de la crucifixión; y sin embargo, hay algo diferente en Él. Se ha revestido de divinidad. De modo que, puesto que no hay un “cuerpo” y un “alma” como entidades o sustancias diferenciables y separables, no es posible en modo alguno hablar de trasmigración de las almas: no hay un cuerpo que se abandone ni una alma que emigra de él; hay tan sólo un ser humano que evoluciona hacia su meta: cumplir en él la imagen divina revistiéndose de Cristo resucitado. Así mismo, no es concebible la idea de que lo sensible y corpóreo sea un lastre para la realización humana. Si bien es cierto que la “corporalidad biológica” actual dota al ser humano de un cierto nivel de imperfección, también es cierto que la imagen divina hace de él un ser perfectible, con deseo, voluntad y capacidad de perfeccionarse, puesto que lo lanza constantemente en búsqueda de su realización plena, Dios, tal como lo plantea San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro ser permanece inquieto hasta que descansa en ti”. Y este perfeccionamiento lo busca y debe realizarlo con todo su ser, no porque ese sea el objetivo, sino porque no es posible escindir el ser humano en partes, pues tal escisión implicaría la anulación de su misma humanidad. Por tanto, el cuerpo, en cuanto “dimensión biosensitiva”, es posibilidad de perfeccionamiento del hombre total, puesto que es manifestación de esa totalidad. De lo anterior se deduce, entonces, que tampoco comparto la tesis platónica del ser humano como ser escindido y, para colmo, incapaz de conseguir la unidad y armonía de su ser. En cuanto “unidad esencial”, tal como lo definimos inicialmente, el ser humano es ya una unidad armónica, que necesita ser realizada más plenamente, es cierto; pero no existe en el ser de los humanos una lucha intestina soluble solo con la muerte y con una “consecuente” liberación del “alma” con respecto a las “ataduras” del “cuerpo”. Lo que existe es el trabajo de un ser que pugna por su propio crecimiento y tiende a su máxima realización. Realización que es posible gracias al don de la Gracia divina: la Redención única y definitiva realizada por y en Cristo. NOTA: * Desde luego, al citar este postulado, no me adhiero en momento alguno a teorías materialistas ni, mucho menos, niego la tesis creacionista. Simplemente es un punto racional de apoyo para catapultar los argumentos subsiguientes.
PARA REFLEXIONAR:
"Lo peor de la guerra no es que nos quite la vida, sino que nos quita la humanidad"
"¿Cómo podremos acabar con la guerra y la violencia si no valoramos, respetamos y cuidamos la vida humana desde su mismo comienzo?"
lunes, 11 de abril de 2011
LA ANTROPOLOGÍA DE PLATÓN
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Excelente aporte de la antropologia platonica. Brillante trabajo, me encantó. Soy profe de filosofia y ex-cura. Muy buena apreciacion critica, desde una solida formacion teológica sumado al aporte de nivel cientifico, Excelente teologia antropologica cristiana. Lo trabajaré con mis alumnos. ycho208@hotmail.com
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