PARA REFLEXIONAR:

"Lo peor de la guerra no es que nos quite la vida, sino que nos quita la humanidad"

"¿Cómo podremos acabar con la guerra y la violencia si no valoramos, respetamos y cuidamos la vida humana desde su mismo comienzo?"

viernes, 10 de diciembre de 2010

SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS


ENSAYO
SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
Cód. 95100188

Pedagogía Reeducativa
Nivel VIII, Grupo 01
Seminario de Ética I
Luis Carlos Correa
27 de febrero

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

Los dos documentos nos conducen a un problema cuya resolución es perentoria, a saber: los Derechos Humanos, ¿necesitan o no una justificación última?; y si la respuesta es afirmativa: ¿qué tipo de justificación ha de ser? En este ensayo acometeremos la tarea de hacer algunos aportes que contribuyan a la discusión de estas cuestiones.

Bobbio, citado por BEUCHOT (1993), nos dice que, después de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre:
«...el problema de los fundamentos ha perdido gran parte de su interés. Si la mayor parte de los gobiernos existentes se han puesto de acuerdo en una declaración común, es indicio de que han encontrado buenas razones para hacerlo. Por eso, ahora no se trata tanto de buscar otras razones o, como querrían los iusnaturalistas redivivos, la razón de las razones, sino de poner las condiciones para una más amplia y escrupulosa realización de los derechos proclamados» (p17).
A primera vista, este argumento en contra de la fundamentación de los Derechos Humanos parece convincente, pero no es así. Si, como el mismo Bobbio dice, la fundamentación no implica la realización fáctica, lo mismo sucede con la positivación. Esto porque los acuerdos fácticos no conllevan necesariamente a la praxis y, con frecuencia, se quedan en un plano ideal. Además, Bobbio da por sentada la fundamentación en las “buenas razones” que tuvieron los gobiernos para apoyar la Declaración. Sin embargo, tales buenas razones, fuera de constituir un fundamento sólido para los derechos proclamados, son un potencial punto de desequilibrio porque, simplemente, las razones que tuvieron los gobiernos para apoyar la Declaración no necesariamente coinciden y, más aún, los valores que subyacen en ellas, los cuales sirven de base específica para interpretar y contextualizar los derechos, difieren de cultura a cultura y, por lo tanto, también difiere la forma de vivenciar los D.D.H.H., hasta tal punto que en su resignificación al interior de una cultura concreta fácilmente podría terminar actuándose en contra de la Declaración Universal. Así pues, no basta el acuerdo fáctico, también es necesario un acuerdo teórico.

Ahora la pregunta es si, como propone BEUCHOT, ese acuerdo teórico debe estar basado en fundamentos absolutos y, por ello, debe ser de corte iusnaturalista. Primero que todo, habría que aclarar a que se hace referencia con el término fundamento absoluto. Partiendo de la afirmación de BEUCHOT (1993), según la cual:
«...la ley natural se va conociendo cada vez de un modo más completo y perfecto. Se avanza en su conocimiento, poco a poco, en la historia – pero eso no quiere decir que su existencia esté condicionada históricamente; sólo lo está su conocimiento» (p. 19).
De esto se deduce que para este autor un fundamento absoluto es un principio inmutable y trascendente, que se va revelando paulatinamente en el devenir histórico. Como católico de primera línea podría verme tentado a adherirme a tal concepción. Pero no deja de tener sus inconvenientes. A alguien que no ha sido formado en la religión cristiana ni en ninguna otra tradición iusnaturalista, tal concepto podría parecerle, sin mucha dificultad, acomodaticio; además de que lleva incubado un germen de totalitarismo reductor. Ciertamente, si todos los estudiosos de las Ciencias Humano-sociales se dedicaran a investigar en todo el mundo para hallar unos principios comunes a todas las culturas que tuvieran tal característica, sucumbirían en su intento. A lo sumo podrían hallar unos principios comunes en cuanto a su designación pero, en cuanto a su significación, las divergencias pronto se dejarían ver. De modo que no quedaría más remedio que escoger algunos de ellos, por ejemplo, los más frecuentes (aunque sean sólo de nombre) lo cual no dejaría de ser arbitrario.

Así es que la justificación última de los D.D.H.H. debe fundarse en principios que partan de la realidad polisémica e intersubjetiva de la “comunidad global”, es decir, de principios relativos. Sin embargo, también es necesario un mínimum de solidez que evite que tales principios queden del todo abandonados al capricho de quienes han de dinamizar los recursos necesarios para la realización fáctica de los derechos proclamados. Esto es, necesitamos hallar unos principios relativamente absolutos. El asunto ahora es, ¿cómo hallarlos?

Para ello podemos servirnos de reflexiones de diversa índole (axiológica, antropológica, ontológica,... filosófica en definitiva), pero para que la fundamentación de los D.D.H.H. sea legítima ha de ser, ante todo, una reflexión intersubjetiva, constructora de consensos.

Y es que, realmente, es un “pecado” que en plena época de la cultura global, respetuosa de las diferencias y de las identidades culturales, algunos filósofos, con arrogancia, tengan la pretensión de proponer como universalmente válidos sistemas axiológicos y filosóficos que, por más que construidos y fundamentados por estudios e investigaciones, no dejan de ser una visión particular sobre la realidad que vivimos; y que, encima, se crean con autoridad para descalificar a otros.

Hablar de una fundamentación de los D.D.H.H., hoy día, es ante todo hablar de una fundamentación dialéctica, que más que buscar “La Verdad”, busque razones aceptables para todos aquí y ahora, basada en la memoria histórica y proyectada al porvenir.

Pero también implica reconocer que ningún consenso es eterno y que con el devenir histórico de la humanidad y las culturas (entendidas estas como acervo de significados) las condiciones y las concepciones varían y, por ello, ha de variarse el acuerdo teórico.

Así pues, el fundamento será absoluto en cuanto sea “un argumento irresistible al que nadie podrá negarle su adhesión” (BEUCHOT, 1993, p. 15), no por imposición sino por convicción; pero será relativo en cuanto su legitimidad caduca históricamente y por tanto se hace necesario su constante reactualización y resignificación y, tal vez, una re-evaluación de los principios fundantes.

Es decir, en conclusión, que el diálogo ni es un momento ni una estrategia específica de la fundamentación de los D.D.H.H. sino que es su esencia misma.

FUENTES

BEUCHOT, Mauricio. Las objeciones de Norberto Bobbio a la fundamentación filosófica de los Derechos Humanos. En: filosofía y Derechos Humanos. Siglo XXI. México. 1993. Pp. 154-165.

HOYOS VÁZQUEZ, Guillermo. Apuntes a la pregunta: ¿qué son los Derechos Humanos? En: Revista Argumentos, Nº 28-29. Bogotá. 1992. Pp. 105-109.

Ambos documentos presentados en:
FERNÁNDEZ MÁRQUEZ, fredy y otros. Guía de estudio y trabajo, núcleo temático: ética, niveles VIII y IX. Funlam. Medellín. 1999. Pp. 11-22.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA


ENSAYO
LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
Cód. 95100188

Pedagogía Reeducativa
Nivel IX, Grupo 01
Estrategias de Intervención Reeducativa
Lucia Lenis Sucerquia
25 de octubre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA

No hace falta abundar mucho en explicaciones y exposiciones al afirmar que el problema de la delincuencia juvenil y, en general, los problemas de vinculación al orden sociocultural, comenzaron a adquirir dimensiones críticas en la década de los ochenta, en asocio al narcotráfico y auspiciados por él. Tampoco resulta polémico el argumentar que la respuesta judicial y profesional a fenómenos como la toxicomanía, las bandas y la delincuencia juveniles, se ha quedado corta, siendo sus resultados, no sólo exiguos sino, más aún, poco sólidos: es bajo el número de jóvenes que culminan provechosamente un proceso reeducativo, y de éstos, son muchos los que reinciden. Así pues, cabe preguntarse, ¿qué hay en el fondo de tal ineficacia? ¿Ésta hunde sus raíces en que el contexto al que pertenecen los jóvenes, y al cual deben integrarse de nuevo, es patógeno? ¿O se deberá más bien al tipo de tratamiento con que se pretende resolver el problema?

En este ensayo se intentará demostrar que, más allá de polarizaciones, por demás perniciosas, la ineficacia de la respuesta jurídico-legal y sociopedagógica al problema de la delincuencia juvenil, en particular, y de los programas de educación social especializada (reeducación) frente a los problemas de vinculación al orden sociocultural, en general, radica en ambos factores, es decir, en que los jóvenes provienen de un ambiente que es nocivo para su formación integral, y deben volver a él de nuevo sin haber adquirido suficientes elementos que les permitan escapar a sus influencias negativas, lo que se ve agudizado porque la intervención se da en niveles especializados, que realmente no favorecen la integración del joven a su comunidad, ni tampoco permiten adelantar procesos sociocomunitarios de desarrollo humano integral y sostenible, de modo que la transformación comportamental, actitudinal y axiológica de los jóvenes esté acompañada, y sea paralela a ella, por la transformación social, cultural política económica y educativa de su comunidad.

Uno de los supuestos metodológicos sobre los que se fundamenta la intervención pedagógica social especializada (reeducación) es el de la integralidad. Ésta se entiende como la integración en el proceso formativo, de acciones de diversa índole tendientes a potenciar en los sujetos sus capacidades no dinamizadas y a preservar aquellas que sí lo están, valiéndose de diversas técnicas y estrategias -talleres, trabajo grupal (socio y psicoterapéutico), lúdica, recreación, deportes, capacitación académica y laboral, etc.- y con el apoyo de un equipo multiprofesional. Todo esto, dentro de un proceso por etapas, flexible, dentro del cual el joven puede avanzar (y retroceder) según su ritmo, y al final del cual se espera que haya madurado psíquica, social y físicamente*.

Visto de este modo, no parece haber ningún inconveniente en los actuales modelos reeducativos. Sin embargo no es así. La intervención reeducativa se da dentro del marco de una institución especializada: atiende a un tipo específico de población**, con recursos destinados a atenderla exclusivamente a ella, limitada en el aprovechamiento de recursos externos (comunitarios) y, por tanto, “cerrada”, desligada, casi autárquica, con respecto al contexto sociocomunitaria en el cual se inserta como realidad física.

Este estado de institucionalización del joven, en el que este es internado en un centro reeducativo, o debe asistir periódicamente a las instalaciones de un programa de libertad asistida, si bien favorece determinados procesos educativos, en tanto les sirve de apoyo y asegura, hasta cierto punto, su continuidad, tiene dos graves inconvenientes: por un lado, cuando una institución se caracteriza por atender un tipo exclusivo de público, con el tiempo llega a identificarse, en el medio social, los usuarios con la institución, de modo que se hace inevitable que a los primeros se les imponga un “rótulo” identificatorio, que en definitiva termina convirtiéndose en una “marca”, en un “estigma”. Así mismo, aunado a lo anterior, la forma en que se disponen y diseñan los recursos para el tratamiento de los jóvenes, afecta la percepción que éstos tienen de sí mismos, convirtiéndose con frecuencia en un estímulo positivo para el reforzamiento de su problemática y, específicamente, de los comportamientos que los situaron en conflicto con el orden sociocultural y jurídico, tal como lo afirman FUNES y GONZÁLEZ (1989):
« [...] el sujeto asume, interioriza y consolida sus problemas, sus dificultades, sus diferencias en función del “tratamiento” que recibe; por ello, la atención que se dispensa no es un simple problema de la psicología, la educación o la asistencia social, sino también del diseño y la organización de los recursos que se utilizan.» (p. 61)
Esta estructura “cerrada” de las instituciones especializadas, de acuerdo a lo que se ha dicho, tiene tres consecuencias perniciosas que se pueden evidenciar en distintos jóvenes, dependiendo, por supuesto, de las características personales de éstos:
  1. La primera consecuencia que se puede presentar es lo que se suele llamar en la jerga de los centros reeducativos como institucionalización. Los jóvenes, usualmente aquellos que llevan mucho tiempo bajo tratamiento, o que no tienen familiares en la región y, por tanto, deben permanecer totalmente internados durante el proceso reeducativo, llegan a acostumbrarse tanto al ambiente diseñado y protegido del centro, que terminan hiperadaptándose a él y, en la misma medida, van desadaptándose a su medio de origen, de modo que sienten temor de volver a él, por lo cual se las arreglan, bien para permanecer en el centro, bien para volver a ser internado, una y otra vez.
  2. La segunda es la resistencia al tratamiento. Ésta se puede considerar como la versión inversa de la anterior: el joven está tan hiperadaptado a la situación anómica previa a su ubicación institucional que no es capaz de adaptarse a un ambiente diseñado y normatizado, de forma que termina envuelto en una historia de fugas, recapturas y reingresos.
  3. Finalmente, la tercera consecuencia se podría denominar “pseudorreeducación”. Esto se suele dar en el caso de jóvenes con gran capacidad de adaptación a las diversas situaciones que se les presenten. Por tanto, al encontrarse en un ambiente diseñado, responden en la forma esperada, culminando “satisfactoriamente” el tratamiento reeducativo. Sin embargo, al salir del centro, es decir, al cambiar de ambiente, rápidamente adaptan sus respuestas a los requerimientos del nuevo medio, y como éste suele ser el mismo del cual fueron “sacados”, sus comportamientos vuelven a ser los mismos de antes de haber sido internados en el centro reeducativo.
En este punto, cabe preguntarse, entonces ¿si el tratamiento es “integral”, a qué se debe este tipo de resultados?

Aunque, en definitiva, la respuesta a esta pregunta depende de la perspectiva desde la cual se la analice, acá se asume que no hay tal integralidad. El separar a los jóvenes de su medio natural; el internamiento en una institución aislada de su realidad cotidiana; el trabajo solipsista, hermético, desarticulado, de una institución que desconoce o no se integra al trabajo realizado por instituciones de diferente índole a la propia;... constituye todo esto una seria fractura al supuesto de integralidad de la intervención pedagógica social especializada (reeducación).

Así pues, como se deduce fácilmente de lo anterior, aquí se aboga por una intervención reeducativa interdisciplinaria, desde, en medio de y con la comunidad porque, como afirma ZABALZA (1989): «Únicamente una intervención que implique a instancias, colectivos e instituciones diversas (y desde luego a la propia comunidad) tiene posibilidades de resultar eficaz en el trabajo con inadaptados.» (p. 18). Desde luego que eso no significa que no haya instituciones especializadas. Pero éstas no deben ser de carácter “total”, es decir, no deben separar al joven de su medio natural para dotarles de “todo” aquello que carecen en él. Además, tales instituciones deben ser especializadas en el servicio que prestan, no en el público que atienden, de lo contrario, no se cambiaría mucho en lo que de estigmatizante tienen los centros reeducativos, pues esta estigmatización no se debe a que su régimen sea de internado, sino, precisamente, al hecho de atender en sus instalaciones a colectivos de jóvenes fácilmente catalogables como inadaptados, criminales, infractores, contraventores, etc., con toda la carga de rechazo social que han llegado a tener estos términos. Para poder superar este problema es necesario ampliar los marcos problemáticos de referencia, tal como propone ZABALZA (1989):
«Hay que sacar el problema del espacio tipificado restrictivamente como “inadaptación”; hay que plantearlo bajo una denominación más neutra (con menos carga moralizante y marginadora), capaz de englobar a un más amplio espectro de población, y a ámbitos poblacionales no fácilmente estigmatizables socialmente. » (p. 29)
Precisamente por ello es que la acción reeducativa ha de realizarse desde un trabajo interinstitucional. En primer lugar, porque al ampliar los marcos problemáticos de referencia, se hace necesario prestar atención a grupos poblacionales más amplios y diversos; y en segundo lugar, derivado de ello, porque se le hace difícil a una sola institución atender a la diversidad de necesidades de esos grupos poblacionales. Así, pues, se hace preciso que cada institución se especialice en la prestación de determinados servicios. Claro que en esto también se puede caer en la trampa de la hiperespecialización: puede ocurrir que cada institución se “encapsule” en su propia especificidad y que, por ello, no se preocupe por el trabajo de los demás, ni se beneficie de él, ni sea capaz de dar orientación sobre ese otro trabajo a quienes, de entre sus usuarios, lo necesiten y/o lo soliciten.

De modo que el trabajo interinstitucional debe suponer una planeación conjunta, planeación que ha de conducir no sólo al establecimiento de objetivos y metas comunes, sino también a la optimización y racionalización de los recursos, es decir a la compactación de programas de acción social (ZABALZA, 1989, p. 3). Esto quiere decir que al planear, ha de tenerse en cuenta:
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios similares a fin de evitar la sobreintervención, unir esfuerzos y evitar gastar un presupuesto que se puede invertir en recursos no existentes en la localidad.
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les son específicos y de los cuales se puedan servir las otras instituciones.
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les sean específicos y que puedan ser complementarios a los recursos y servicios de otras instituciones, a fin de llegar a cruzar, en la medida de lo posible, sus cronogramas de actividades.
Así pues, como conclusión, la integralidad de la acción reeducativa no consiste únicamente en realizar acciones sociopedagógicas tendientes a desarrollar integralmente las tres dimensiones del ser humano (biológica, psicológica y social) desde una institución especializada. Tal intervención será realmente integral si se integra a la vida comunitaria, si integra al joven en un trabajo con grupos poblacionales más amplios y, finalmente, si el trabajo se integra al realizado por otras instituciones, todo esto, dentro del marco de un proyecto común de formación y desarrollo integral.

BIBLIOGRAFÍA

FUNES, Jaume y GONZÁLEZ, Carlos. Delincuencia juvenil, justicia e intervención comunitaria. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 51-68.

ZABALZA BERAZA, Miguel A. Estrategias de intervención socioeducativa ante los inadaptados sociales: una reflexión desde la práctica de trabajo en pisos. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 17 –39.

NOTAS

* Esto último, se convierte en un objetivo secundario, a veces no formalizado, de los programas reeducativos por cuanto, con frecuencia, los jóvenes llegan en estados físicos deplorables, ya sea a causa de una desnutrición más o menos grave, o por el abuso prolongado de substancias psicoactivas.

** Delincuentes juveniles o, como “debe” decirse actualmente, con una expresión más eufemística y larga, pero no por ello menos rotulante y estigmatizante: niños y jóvenes infractores y contraventores de la ley penal.

domingo, 5 de diciembre de 2010

PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA


INFORME DE LECTURA SOBRE LA OBRA
PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
DE ERICH FROMM

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Curso Propedéutico
Semestre II
Español
Beatriz Martínez Ríos
17 de noviembre

SEMINARIO DE CRISTO SACERDOTE
YARUMAL
2006

INTRODUCCIÓN

Tal vez ninguna disciplina moderna haya calado tan profundo como el Psicoanálisis. Junto con la Filosofía, es una de las disciplinas humano-sociales más versátiles y críticas, que ha procurado penetrar de forma integral las diversas esferas de la vida humana, desde el arte y la literatura, hasta la política y la vida social.

Precisamente, esta obra es una muestra de la capacidad de integración, integralidad e interdisciplinariedad del psicoanálisis, que les exige a quienes lo practican una gran apertura y atención a las diversas manifestaciones de la vida y el comportamiento humano.

Por esta misma apertura y capacidad de observación atenta y concienzuda propias del psicoanalista, se comprende el hecho de que un libro escrito hace poco más o menos cincuenta años, tenga tanta vigencia; describa situaciones y realidades que siguen estando presentes, como si aquellas páginas hubieran sido proféticas, adelantando, a partir de las realidades de entonces, lo que nos deparaba a quienes vivimos en la actualidad.

Ciertamente, las realidades que describe Erich Fromm en esta obra, ya estaban presentes entonces, pero en el transcurso de estos cincuenta años se han seguido desarrollando y evolucionando, de forma que ahora se han agudizado aún más.

Por ello, leer este libro nos aporta una comprensión crítica de la situación de enajenación que se vive hoy día y nos da pistas, aunque no hay que tomarlas al pie de la letra, para enfrentar tal problemática, y ayudar a construir una sociedad y un hombre más libres y auténticamente felices.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Erich Fromm nace en Frankfurt (Alemania) en 1900. Psicoanalista y pensador alemán célebre por aplicar la teoría psicoanalítica a problemas sociales y culturales. Descendiente de familia judía. Tan sólo tenía 14 años cuando estalló la I Guerra Mundial, quedó realmente impresionado por la naturaleza de la conducta humana, siendo incapaz de comprender un acto tan irracional.

Durante su etapa escolar, Fromm estudiaría con gran interés a Freud y Marx, encontrando en éste primero una forma de comprender la personalidad humana y las influencias sociopolíticas expuestas por Karl Marx. Cursó filosofía en la Universidad de Heidelberg en 1922, y se especializó en psicoanálisis en la Universidad de Munich y en el Instituto Psicoanalítico de Berlín, que fuera fundado por Freud. En 1925 comenzaría a ejercer como psicoanalista, siendo posteriormente nombrado profesor de la universidad de su ciudad natal. Durante los años 30 daría a conocer sus primeros trabajos sobre psicología religiosa, trabando en estrecho contacto con pensadores de la Escuela de Frankfurt, tales como Marcuse, Adorno o Benjamin.

Visitaría Estados Unidos por vez primera en 1933; sin embargo, el ascenso de Hitler al poder le llevaría a establecerse en ese país, adquiriendo posteriormente la nacionalidad estadounidense. Sería profesor en las universidades de Columbia, Michigan, New York y Yale, en el Bemmington College de Vermont y en el Instituto Americano de Psicoanálisis. A menudo se le vería envuelto en asuntos socio-políticos por los que sentía un verdadero interés. En 1941 publicaría su ya célebre obra "El miedo a la libertad", que le dio a conocer, siendo muy traducida y divulgada, en la cual trata el movimiento nazi en lo que algunos han venido a denominar como una interpretación "sociopsicoanalítica". En esta obra se revelaría un alejamiento definitivo de Freud. En 1949 se traslada a Cuernavaca (México), de cuya universidad sería profesor. Por entonces fue desarrollando una teoría política acorde con sus ideas anteriores, que llamó "socialismo humanista comunitario", cuya finalidad apuntaría a devolver al ser humano aquellas capacidades que no puede desplegar por causa de la enajenación a que está sometido.

"La sociedad sana"* (1955) y "El arte de amar" (1956) afianzarían su prestigio, sobre todo en ambientes universitarios. En estos textos escribiría acerca de su teoría del "amor maduro" como ingrediente para una realización individual que permitiera escapar a la enajenación producida por la sociedad de consumo o la omnipotencia del propio Estado. Se empeñaría en armonizar el marxismo y el psicoanálisis, al mismo tiempo que abrazaría en su pensamiento las aportaciones de Oriente, siendo fruto de esta reflexión su obra "Budismo zen y psicoanálisis". Otras obras serían "El hombre para sí mismo" (1947), "El lenguaje olvidado" (1951), "La misión de Sigmund Freud" (1956), "Más allá de las cadenas de la ilusión" (1962), "¿Tener o ser?" (1966) o "La anatomía de la destructividad humana" (1973).

En 1962 fue nombrado profesor de la Universidad de Nueva York. Recorrió muchos países dictando cursos. En 1980 falleció en Murallo (Suiza) el que se consideraba uno de los líderes y principales exponentes del movimiento psicoanalítico del siglo XX.

RESUMEN DE LA OBRA

En “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”, Erich Fromm realiza una crítica a la “sociedad occidental” cimentada en el capitalismo, al cual considera como el responsable de los males de nuestra cultura.

El autor inicia cuestionando la idea generalizada que plantea la idea de que la sociedad occidental, al tener “altos niveles de vida” es la sociedad más sana que existe o haya existido; idea que no es más que una ilusión nacida de nuestra propia enfermedad.

Para aclarar tal afirmación, y teniendo como criterio (sólo a modo de ejemplo) que los fines de la sociedad son la espontaneidad, la libertad y la expresión auténtica de sí mismo, establece la siguiente distinción:
  • Cuando una persona no ha alcanzado tales fines, entonces tiene un defecto grave.

  • Cuando un defecto está presente en la mayoría de los individuos de una sociedad, entonces se presenta un defecto socialmente modelado.

  • Cuando los defectos de un individuo son más graves que los de la mayoría de los integrantes de su sociedad, presenta una neurosis.

  • Finalmente, algunas personas presentan una estructura caracterológica diferente a las demás personas de su sociedad y, por tanto, sus defectos y conflictos difieren ostensiblemente de los de las demás personas.

En realidad, un defecto socialmente modelado no es más que un comportamiento neurótico generalizado producido por la estructura de la sociedad; al producirlo la sociedad, produce también las normas o mecanismos que le ayudan a los individuos a vivir con tal defecto sin caer presas de la angustia ni hundirse en la locura. Sin embargo, tales mecanismos pueden fallar (y de hecho lo hacen) en casos más graves del defecto, por lo que la persona se ve enfrentada sola a su defecto, el cual le genera una angustia intolerable, llevando a la persona a manifestar su enfermedad. Además, hay un grupo de personas que, con raíz en una estructura caracterial diferente, sufren unos conflictos y defectos que igualmente difieren de los de las demás personas, por lo cual los mecanismos de protección contra la angustia generados por la sociedad les son inútiles, y no son lo suficientemente sanos para vivir “contracorriente”.

Tales defectos socialmente modelados son los que configuran la patología social o patología de la normalidad, como las denomina el autor.

Para poder comprender adecuadamente tal patología, y darle el tratamiento que requiere, es necesario, según el autor, comprender la verdadera raíz de la naturaleza y la situación humana. Según su análisis, el animal no vive su vida, no es dueño de ella, por cuanto se le imponen las leyes biológicas naturales que lo abarcan y trascienden, de tal modo que el animal forma parte de la naturaleza y nunca la trasciende; vive en armonía con ella, la cual le proporciona todo lo que necesita, incluso las formas “adecuadas” de responder ante los peligros y conflictos propios de la existencia. Pero el hombre es un animal diferente: desde el momento histórico en que adquirió consciencia de sí mismo, y que desarrolló la razón y la imaginación, comenzó a dejar de ser un animal, rompió su armonía con la naturaleza y, en el proceso de irse haciendo ser humano, se encuentra en un continuo e inevitable estado de desequilibrio.

Es de este desequilibrio que se desprenden las necesidades auténtica y específicamente humanas; a diferencia de las animales, que tienen que ver fundamentalmente con la subsistencia del individuo y la continuidad de la especie, las necesidades del hombre tienen que ver con la tensión entre el impulso a alcanzar la humanidad y su propensión a retornar a la animalidad. Tales necesidades, y sus respectivos conflictos, son:

De cómo se resuelvan esos conflictos para la mayoría de las personas de una sociedad, dependerá la salud o enfermedad de la misma.

Lo expuesto hasta esta parte, no es, sin embargo, lo central del libro, sino que apunta a darle soporte al concepto clave en torno al cual construye su discurso el autor: el concepto de enajenación o, según otra posible traducción, alienación, término tomado de la teoría marxista. Este término lo define el autor como:

«... un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse que ha sido enajenada de sí mismo. No se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás hasta adora» (p. 105).

En otras palabras, la persona enajenada es aquella que no es realmente dueña de sí misma, de su vida y sus decisiones; es posible que se haga la ilusión, y de hecho así sucede, de que tiene perfecto dominio sobre su voluntad y destino, pero es eso, tan sólo una ilusión.

Hay varios procesos sociales de nuestra cultura occidental que son origen y manifestación de tal enajenación; los definiremos sólo brevemente:

  • Cuantificación y abstractificación: se toma como referencia el dinero. Éste no es más que una abstracción del trabajo humano: si trabajas tanto, si realizas tal tipo de trabajo, recibes determinada cantidad de dinero. Con esta “abstracción del trabajo” puedes conseguir (comprar) muchas cosas a diferentes cantidades de ella, de forma que se va perdiendo todo contacto real y objetivo con las realidades en las que interviene el dinero como factor de cambio, incluso las relaciones interpersonales, la primera de ellas, la relación empleado-empleador: el empleado no es más que un número en una planilla de pago, que recibe determinada cantidad de dinero; así mismo, el “patrón” es sólo una gran cantidad de dinero capaz de contratar tu fuerza de trabajo a cambio de determinada cantidad de ese dinero.
  • Creciente división del trabajo: a causa de ésta, sobre todo en el campo siempre creciente de la industria, el trabajador se va especializando cada vez más, de tal forma que ya sólo le toca hacer una pequeña parte del total del proceso de la fabricación de un artículo. Así, el trabajador pierde el contacto, en cuanto constructor, con el producto como un total.
  • La “idolatría”: en el sentido de que el hombre, poco a poco, ha terminado dependiendo de sus creaciones, hasta el punto que éstas tienen un gran poder de control y determinación en sus vidas: las posesiones del hombre terminan poseyéndolo a él.
  • Burocratización: para manejar las inmensas industrias de hoy día, e incluso el Estado, se ha creado una nueva clase de funcionario: el burócrata; éste, a diferencia del trabajador industrial, no manipula cosas, sino personas; pero esas personas son para él poco más o menos como números, cantidades, por las cuales no siente el menor afecto; no las quiere ni las odia, simplemente las manipula según la necesidad.
  • El control de la propiedad: en la sociedad moderna se introdujo una nueva modalidad de propiedad: la propiedad por acciones. Las grandes empresas de hoy pertenecen a un gran número de propietarios, cuyo único vínculo con su propiedad es un “papel” que garantiza que reciban las utilidades del capital que han invertido, pero que poco o nada saben o influyen en el funcionamiento de “su” empresa.
  • La producción: como ya se dijo antes, el empleado ya no tiene contacto con el producto total que ayuda a construir, de tal forma que pierde el sentido de su función. Pierde el contacto con el objeto y con la función social de su actividad.
  • La adquisición y el consumo: a su vez, los consumidores establecen una relación enajenada con los artículos que adquieren y consumen: gracias a la publicidad, las personas son manipuladas para impulsarlas a consumir más y más; consumo que no tiene que ver tanto con los beneficios reales y objetivos del artículo como con la “idea” de él que vende la publicidad.
  • El empleo del tiempo libre: éste se ha convertido en un “artículo” más que se consume; la misma industria cultural moldea a las personas de la sociedad para que consuman determinadas formas de diversión que, en general, no dotan de significado la vida, sino que más bien la vacían de todo significado profundo, de forma que las diversas formas de “recreación” acaban siendo una forma de evadir el profundo tedio y vacío de la vida más que una forma del hombre re-crearse y re-crear su entorno social y natural.
  • Las fuerzas sociales: el hombre está preso y es manipulado por unas fuerzas sociales tácitas, que nadie enuncia, pero que están ahí, envolviéndolo todo y llevando a la persona a amoldarse a su sociedad, a contentarse con ser como todos y a procurar no ser diferente.
  • El cambio: como una derivación del consumo, la gente de hoy está ansiosa de cambiar, de tener siempre lo más novedoso, independientemente de que lo necesite o no, de que sea necesario el cambio o no. Lo importante es cambiar, estar siempre a la última, estar siempre en ascenso social.
  • Él éxito como medida de la valía de la vida: el éxito entendido como la capacidad de la persona para vender su fuerza laboral en el mercado, entendido como la posibilidad de obtener la mayor diversión posible, ser aceptado como uno más del grupo, etc. Si no se logran estos objetivos socialmente condicionados, pareciera que la vida no tiene sentido.

Como conclusión de todo esto, y analizando la sociedad contemporánea, el autor afirma que el hombre de hoy, que la sociedad de hoy, adolece de una profunda enfermedad, ya que, si se entiende que la persona sana

«... es la persona productiva y no enajenada; la persona que se relaciona amorosamente con el mundo y que emplea su razón para captar la realidad objetivamente; que se siente a sí misma como una entidad individual y única, y al mismo tiempo se siente identificada con su prójimo; que no está sometida a una autoridad irracional y acepta de buena voluntad la autoridad racional de la conciencia y la razón; que está en proceso de nacer mientras vive, y considera el regalo de la vida como la oportunidad más preciosa que se le ofrece» (p. 228).

Y que, a su vez...

«Una sociedad sana desarrolla la capacidad del hombre para amar a sus prójimos, para trabajar creadoramente, para desarrollar su razón y su objetividad, para tener un sentimiento de sí mismo basado en el de sus propias capacidades productivas» (p.66).

mientras que...

«Una sociedad insana es aquella que crea hostilidad mutua y recelos, que convierte al hombre en un instrumento de uso y explotación para otros, que lo priva de un sentimiento de sí mismo, salvo en la medida en que se somete a otros o se convierte en un autómata» (p.66).

… entonces no es difícil ver que la sociedad moderna corresponde más a esto último. De todos modos, para no extendernos más, la solución que propone el autor es la del socialismo, según sus palabras:

«La única solución constructiva es la del socialismo, que tiende a una reorganización fundamental de nuestro régimen económico y social, en el sentido de libertar al hombre de ser usado como un medio para fines ajenos a él, de crear un orden social en que la solidaridad humana, la razón y la productividad son fomentadas y no trabadas» (p. 229).

ANÁLISIS CRÍTICO

Aspectos positivos

Dos cosas quiero resaltar en esta obra, aunque no hayan quedado evidenciadas en el resumen precedente:

  • El optimismo del autor: a pesar de la dura época en que le tocó vivir, no ha perdido su fe en el ser humano, sino que cree en su capacidad para salir adelante y caminar hacia el despertar pleno de su humanidad.
  • Su perspectiva realista en cuanto a la visión y solución del problema que él plantea: siendo psicoanalista, no se reduce a una mirada psicoanalítica de la situación problémica, sino que le da una mirada interdisciplinaria, integral, y enuncia claramente que la misma cualidad debe tener cualquier solución que se plantee.

Aspectos negativos

  • Su suposición de que el problema social se puede solucionar aplicando el mismo procedimiento empleado para el tratamiento del individuo. Según él,

    «El tratamiento de una patología social debe seguir el mismo principio [del tratamiento de la patología individual], ya que es la patología de muchísimos seres humanos, y no la de una entidad fuera y aparte de los individuos» (p. 26)
    La sociedad, según esto, no vendría a ser más que el agregado de una gran cantidad de individuos. Este concepto, desde la moderna teoría de sistemas, es sumamente cuestionable. Como sistema, como organización, la sociedad tiene su propia entatividad; utilicemos una analogía: el cuerpo humano no es sólo un conglomerado de células, si bien cada una tiene su propia vida y está empeñada en cumplir su propia función, forman parte de un todo que las trasciende, tiene una vida propia, una actividad y una consciencia propias, que están más allá de los individuos celulares. Lo mismo, la sociedad tiene su propia vida, su propia evolución; al igual que cualquier ser vivo (aunque parezca atrevida la comparación) las sociedades nacen, crecen, incluso hasta se reproducen (pensemos en las sociedades y las culturas a que dieron origen los imperios griego y romano), y mueren. Así, pues, las sociedades son entidades que, aunque conformadas por seres humanos, no se puede reducir a la conglomeración de sus componentes y, por tanto, no se le puede dar el mismo trato que se le daría a cualquiera de los individuos.

  • Aunque pretende ser crítico e imparcial, el autor está seriamente influido por las posturas socialistas. Si bien en su libro hace una crítica seria y profunda, tanto del capitalismo como del marxismo, no puede evitar tener ciertos tintes ideológicos que, por más que revista de ciencia, siguen siendo una forma más de enajenar a las personas.

CONCLUSIÓN

Ciertamente, la sociedad contemporánea evidencia síntomas de una grave enfermedad, enfermedad que adolecen en masa las personas que la conforman. No puede haber otra explicación para tantos horrores como a diario se ve en la televisión y en la prensa periodística. Pero también hay salud; es cierto, no se ve mucho en televisión, porque no es rentable, porque no eleva el raiting, pero ahí está. Son estas personas las verdaderas “curas”, los verdaderos “anticuerpos” de la “patología social”. Es ilusorio pretender instaurar una “terapéutica social”, pues a las sociedades las mueven las fuerzas de la historia humana, que trascienden con mucho el devenir de los seres humanos particulares.

Nuestra sociedad seguirá su evolución, su “vida enferma”, y acaso muera de esa enfermedad. Pero, sin duda, dejará, al menos, un “hijo”, el cual es de esperarse que surja con toda la fortaleza y la salud de las nuevas generaciones.

Mientras tanto, se necesita que más y más de esos “anticuerpos” sigan trabajando en mantener viva nuestra sociedad, en paliar su sufrimiento y, tal vez, se vale soñar, lleguen a ser tantos, que traigan la cura a nuestra vieja y aparentemente moribunda sociedad. Quien sabe.

FUENTE

FROMM, Erich. Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. México: Fondo de Cultura Económica, 1971. Pp. 309.

NOTAS

* Traducido generalmente bajo el título “Psicoanálisis de la sociedad Contemporánea”.

miércoles, 26 de mayo de 2010

LOS PADRES FRENTE A LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

RELATORÍA
LOS PADRES FRENTE A LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

ELVA AREIZA
CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
JOHN JAIRO GIRALDO
SOR AMALIA NASAYÓ LIÉVANO
FERNANDO MARTÍNEZ
ADRIANA MARTÍNEZ TORO
MARÍA LETICIA MONTOYA
LILIANA MARÍA RODRÍGUEZ

Pedagogía Reeducativa
Nivel IX, Grupo 01
Seminario de Adolescencia
Carmenza Hincapié
27 de noviembre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

1. LOS ADOLESCENTES EN LA FAMILIA [1]

Por: Sor Amalia Nasayó Liévano

Las tareas más importantes de la paternidad son una paradoja. Por una parte, los padres exitosos dan a sus hijos raíces y un sentimiento de seguridad que provienen de un medio en el que los niños se sienten amados y aceptados. Por otra, los animan a que se hagan independientes. Si bien superficialmente, raíces e independencia parecen contradecirse, son en realidad los dos lados de la moneda. Sólo una persona segura puede ser independiente. Durante la adolescencia se revela qué tan exitosamente han inculcado los padres en sus hijos estos sentimientos y habilidades.

Comunicación intergeneracional

La incipiente necesidad de autonomía y de definición personal del adolescente, normalmente origina conflictos en la familia o, por lo menos, hacen preciso hablar de ciertos temas con los padres. Los adolescentes están influidos por su familia, aún cuando los viejos lazos están tensos en algunas circunstancias.

La mayor parte de los conflictos se centra en general en asuntos vulgares, como los quehaceres domésticos, la hora de volver a casa, las citas, las calificaciones, la apariencia personal y los hábitos alimentarios. Son raros los conflictos por valores fundamentales: económicos, religiosos, sociales y políticos. Pocos adolescentes se forman opiniones independientes acerca de asuntos ideológicos; por lo común lo hacen más tarde, en los años de estudios avanzados, en la universidad. Es importante que las familias se den cuenta de la importancia de mantener la comunicación y compartir puntos de vista durante esta edad, así los tiempos de crisis de la adolescencia serán franqueados con éxito.

Los padres tienden a fomentar el desarrollo intelectual y se entregan a menudo a la solución de problemas y a las discusiones con toda la familia, tanto niños como niñas acostumbran a discutir sus ideas con sus papás. El trato del adolescente con su madre es más complejo, pues interactúan en las áreas de las responsabilidades domésticas y académicas, la disciplina dentro y fuera de casa y las actividades de tiempo libre. Todo esto puede causar mayores tensiones y conflictos entre las madres y sus hijos, pero también tiende a establecer mayor cercanía que con el padre.

Los estilos de crianza de los padres estructuran la psicología y personalidad de los adolescentes. Un estilo autoritativo estimula a los adolescentes por sus actos responsables e independientes y un alto grado de control y aceptación personal. En contraste, los hijos criados bajo el influjo de padres autoritarios han de mostrarse dependientes y ansiosos en presencia de figuras de autoridad, o arrogantes y resentidos. Los hijos de hogares permisivos suelen resistirse a reglas y normas, como resultado de un autocontrol inadecuado, o pueden desarrollar un complejo de inferioridad como consecuencia de sentirse ignorados por sus padres.

Conclusiones

  • Durante los rápidos cambios individuales y familiares que son comunes en la adolescencia, se vuelve más probable que las opiniones de padres e hijos diverjan.
  • En las familias que han funcionado bien durante la niñez de los hijos, aparecen nuevas formas de interdependencia que se arraigan en las fortalezas que ya tienen. En cambio, si la comunicación se cierra o se desorganiza, las disfunciones pueden ser mayores.

2. DINÁMICAS Y ALIANZAS FAMILIARES [2]

Por: María Leticia Montoya

La comunicación en el hogar es muy importante para una relación armoniosa y dinámica. La unidad familiar se mantiene si padres e hijos establecen una relación recíproca, o sea, una comunicación abierta, entendiendo que dialogar no es discutir. Es necesario establecer límites y normas claras entre padres e hijos y trabajar y luchar juntos para un buen cuidado y disciplina. Si uno de los padres es excluido, o se excluye él mismo, éste pierde autoridad como agente de socialización y puede alterar el desarrollo de los adolescentes.

Cuando hay ausencia de uno de los padres, ya sea por divorcio o separación, se da una lucha del joven por encontrar su verdadera identidad y por encontrar su independencia. Parece que el adolescente se afecta más que en cualquier otro periodo de la vida cuando uno de sus padres contraen nuevas nupcias.

El padre cumple pues una función clave para ayudar al adolescente a encontrar el equilibrio adecuado, para consolidar su propia identidad y para responsabilizarse de sus actos.

Durante la adolescencia crecen enormemente las amistades, y la importancia de los grupos de camaradas.

3. SOLUCIÓN DE CONFLICTOS [3]

Por: Adriana Martínez Toro

En los casos en que surge un conflicto entre padres e hijos, muchas veces unos y otros gastan una gran cantidad de tiempo, energía e ingenio en acumular recriminaciones mutuas, haciendo que los conflictos se vuelvan cada vez mayores.

Los conflictos más frecuentes entre padres e hijos suelen ser:

  • El padre se comporta como un fiscal-acusador, haciéndole recriminaciones al adolescente, sin darle la oportunidad de defenderse.
  • Como consecuencia de lo anterior, surgen disgustos y disputas, llevándolos a distanciarse.
  • En consecuencia, se rompe la comunicación, creándose entre ellos un silencio profundo que empeora la situación.
  • Los padres se empeñan en demostrar que el adolescente es perezoso, irresponsable, irreflexivo, que tiene toda la culpa de lo que haya ocurrido.
  • Por su parte, el adolescente se muestra igual de elocuente en su argumentación sobre los padres: son insensibles, injustos, tercos, anticuados e incapaces de entenderlo a él y a su mundo.

Los argumentos dan vueltas y vueltas, dedicándose cada uno a demostrar la culpabilidad del otro, y cada cual se encierra tanto en su propio razonamiento que no escucha lo que el otro le dice, ni mucho menos lo comprende.

Para romper ese círculo vicioso de acusación y contra-acusación, es preciso que uno de los dos opte por buscar una solución en vez de un culpable. Es el padre quien debe tomar la iniciativa a este respecto.

Para la solución de los conflictos, los padres deben:

  • Abrir los canales de comunicación, es decir, permitir que el adolescente exprese sus opiniones y expresar las propias en un clima de diálogo horizontal (no autoritario) y de escucha activa.
  • Respetar la identidad que el joven se está construyendo.

Conclusiones

  • Cuando se presente un problema o conflicto entre los padres y el adolescente, aquellos no deben imponerse por la fuerza, sino escuchar y comprender al joven.
  • La meta de los padres debe ser ayudar a sus hijos a descubrir su propia individualidad y a desarrollar una identidad sólida que les permita resistir la presión de su grupo de pares.

4. EL DESARROLLO DE LA INDIVIDUALIDAD [4]

“Estimule y apoye el derecho de su hijo adolescente de ser un individuo distinto a los demás”.

Por: Liliana María Rodríguez

Los adolescentes están tratando de establecer su propia identidad, sus aptitudes personales, sus gustos, metas, deseos... es decir, pretenden convertirse en individuos con derecho propio.

En esta etapa de la vida es más fuerte la necesidad de apoyo de los pares, la necesidad de pertenecer a un grupo diferente a la familia. Los adolescentes no sólo están rompiendo lazos con sus padres, también están probando nuevos papeles, enfrentando nuevas demandas del medio, experimentando cambios físicos y psicológicos. Esta etapa está llena de ensayos y errores; a veces se le da más importancia a los errores, produciendo mucha tensión y ansiedad. Es rara la persona que no sufre alguna pérdida de seguridad en sí mismo durante estos años de desarrollo.

A los adolescentes hay que darles oportunidad de tomar consciencia de sus impulsos y de confiar en su propio sentido de los valores. Necesitan aprender a hacer elecciones y juicios independientemente de los demás y a desarrollar su potencial como individuos únicos.

Los padres deben recordar que sus hijos adolescentes necesitan el apoyo de sus amigos, por lo cual los esfuerzos paternales por romper esas relaciones siempre fracasan y causan mucha tensión a la familia. Los padres deben respetar y apreciar la necesidad que tienen los adolescentes de formar parte de un grupo, y también deben fomentar y apoyar el derecho a ser distintos.

Los padres deben fomentar la individualidad de los adolescentes, prestando atención a sus intereses, alentándolos para que exploren y descubran sus propios valores y aceptando y apoyando sus esfuerzos por hacerse independientes.

La fortaleza personal depende en gran medida de la fe que los demás tengan en los individuos. Si los adolescentes saben que sus padres confían en ellos, serán mayores sus probabilidades de desarrollar la confianza en sí mismos, necesaria para un sano desarrollo psicológico.

Si los padres estimulan activamente a los adolescentes para que actúen con autenticidad, ellos entenderán que sus padres están dispuestos a confiar en su creciente madurez y que realmente valoran su independencia.

5. LÍMITES, PRIVILEGIOS Y RESPONSABILIDADES DE LOS ADOLESCENTES [5]

Por: Elva Areiza

Es necesario que los padres y los hijos adolescentes sepan qué esperan los unos de los otros, lo que están dispuestos a aceptar y lo que no.

Para los adolescentes, que marchan hacia la independencia, es difícil entender las preocupaciones de los padres. Están demasiado ocupados con sus propios asuntos como para ser capaces de ver desde el punto de vista de los demás, especialmente si esos “demás” son sus padres.

Esta suele ser la época en que los jóvenes se interesan en sí mismos y en sus propios problemas.

Es importante en esta época convenir los límites, los privilegios y las responsabilidades de común acuerdo con ellos, más bien que imponer la voluntad de los padres. A muchos padres les cuesta fijar y mantener límites con sus hijos adolescentes. Tal vez no tienen claridad sobre esos límites o no son consecuentes en la observación de los ya existentes. Es posible que ellos mismos no estén seguros de qué cosas son razonables y por tanto se muestran demasiado severos.

Del exceso de severidad pueden resultar problemas, pero también los puede causar el exceso de tolerancia. Algunas veces les parece a los padres que fijarles límites a sus hijos es señal de falta de afecto, y para probar su amor parental los dejan hacer lo que quieran. El temor a contrariar al hijo es una trampa en que caen los padres con frecuencia.

Muchos padres sienten temor de pensar que sus hijos puedan hacer algo que les cause daño a los demás o a ellos mismos.

El adolescente pasa por un periodo de extraordinario crecimiento y desarrollo, con importantes cambios físicos, lo mismo que de personalidad y de expectativas sociales. La adolescencia es una época de cierta inestabilidad psicológica, desequilibrio, irresolución, vacilaciones, dudas e intranquilidad.

Aunque esta inestabilidad puede ser incómoda, tanto para los hijos como para los padres, en esta etapa de la vida es psicológicamente sano y deseable, porque sirve de puente de paso entre la infancia y la adultez.

La necesidad de un mundo exterior estable, bien estructurado y pronosticable, es mayor aún en esta etapa del desarrollo que en otras.

Por consiguiente, para el sentido de seguridad del adolescente, lo mismo que para la tranquilidad de los padres, es especialmente importante que los jóvenes sepan exactamente qué se espera de ellos y cuales son las consecuencias de sobrepasar esos límites.

Los padres tienen el deber de fijar límites. Pero cuando los hijos llegan a la adolescencia y comienzan a criticar, entonces fácilmente optan por la imposición, a veces violenta. Así mismo, cuando los hijos comienzan a preguntar las razones que fundamentan las normas, muchos padres no saben qué responder. Esa falta de seguridad incomoda a los padres y los lleva a reaccionar con irritación y disgusto.

En un estudio amplio sobre los conflictos de los adolescentes con sus padres, a propósito de los límites, surgieron los siguientes asuntos:

  • Las horas de llegar a casa por la noche
  • El aprovechamiento de la escuela
  • La forma de gastar el dinero
  • La elección de amistades
  • Los hábitos personales

6. LOS PADRES COMO MODELOS DEL PAPEL [6]

Por: Carlos Augusto Arias Vidales

La familia, como primer ente socializador, como primer espacio afectivo y relacional del sujeto, juega un papel privilegiado en la formación de la personalidad de los individuos. A este respecto son especialmente importantes las figuras parentales como mediadoras del acceso a la Ley y la Cultura. Esto sólo es posible en la medida que los padres, al desempeñar flexible y ejemplarmente sus roles autoritativos, afectivos y sexuales, se ofrecen a sus hijos como modelos de identificación.

Así pues, el proceso de identificación sexual y vocacional (que es lo que acá interesa particularmente) se logra a partir de dos momentos críticos de identificación [a]. El primer proceso de individuación ocurre durante el surgimiento, desarrollo y liquidación del conflicto edípico [b]. En éste, como resultado del afecto y las normas ofrecidos por los padres, el niño internaliza, en cierto grado, la Ley, estableciendo así su conciencia moral; y gracias a sus actitudes (las de los padres) se apropia y construye unos prototipos sexuales y vocacionales que le servirán como modelo frente a los cuales evaluar otras interpretaciones de roles sexuales y vocacionales.

Sin embargo, con la suspensión del complejo de Edipo, no queda plenamente establecida la identidad sexual y vocacional del sujeto. Durante toda la fase de latencia el niño mantendrá la indeterminación bisexual y vocacional, a pesar de lo que podría hacer pensar una frecuente manifestación de su ideal de ejercer la profesión u ocupación del padre de su mismo sexo. El juego de roles de la fase fálica y de los primeros años de la latencia, así como los “juegos de niños” y los “juegos de niñas” (propios de la latencia), le permitirán al niño ensayar y practicar diversos roles, pero no será hasta la adolescencia (segundo proceso de individuación) que hará sus primeras elecciones objetales y laborales, que le abrirán el camino a una más sólida identificación sexual y vocacional.

Ahora, si bien la naturaleza de los modelos es importante, en el sentido de ofrecer un repertorio de interpretaciones socioculturalmente válidas, el joven hará la elección de sus modelos basándose sobre todo en el tipo y la calidad de las relaciones que establezca con los sujetos que interpretan tales papeles [c], lo cual no garantiza obligatoriamente una identificación socioculturalmente aceptada: un joven que se identifica con un padre pasivo, poco viril, que se deleita realizando preferentemente tareas consideradas tradicionalmente femeninas, no elige, desde el punto de vista de la cultura occidental, un modelo adecuado. Además, no es suficiente considerar las relaciones del niño con el padre de su mismo sexo y la interpretación por parte de éste de los papeles sexuales y vocacionales. También es necesario considerar las relaciones que establece con su otro progenitor y la interpretación de éste de sus propios papeles.

En este sentido, son varias las circunstancias que pueden llevar al varón a fracasar en su tarea de lograr una identificación sexual-vocacional acorde con lo culturalmente establecido:

  • La identificación con un padre pasivo, en oposición a una madre castradora.
  • La huida de la castración mediante la identificación con la madre.
  • La identificación con una madre fálica en oposición a un padre pasivo.
  • La identificación con una madre dominada y humillada en oposición a un padre excesivamente severo.
  • La seducción de un padre excesivamente cariñoso que lleva al niño a ofrecerse pasivamente como su objeto de amor.

Con relación a la mujer, se pueden presentar las siguientes situaciones:

  • La identificación con el padre como forma de afrontar la “envidia del pene”.
  • La identificación con una madre fálica.
  • Identificación con un padre no normativo por oposición a una madre fálica excesivamente normativa.
  • La identificación con un padre afectivo por oposición a una madre poco afectiva.
  • La identificación con un padre castrado por oposición a una madre devoradora.

Como quiera que sea, lo cierto es que las mujeres tienen mayor dificultad en el desarrollo de su papel sexual debido a que en la actualidad, en la cultura occidental, el papel femenino es menos claro que el masculino. Todavía hasta principios de siglo estaba claro que la mujer debía dedicarse a atender los “asuntos” del hogar. Hoy día, luego del movimiento de liberación femenina, se le han abierto a la mujer muchos campos de acción tradicionalmente masculinos (la medicina, la gerencia, la política...). La identificación sexual y vocacional se dificulta aún más debido a que, sin embargo, todavía se tiene en mayor estima los papeles “masculinos”.

Ahora bien, en lo que respecta específicamente al papel de los padres como modelos de rol vocacional, soportan al joven, más que en la elección de una profesión específica, en la adquisición y construcción de actitudes favorables para el desempeño en un determinado tipo de profesiones. Así, por ejemplo el hijo de un médico no necesariamente optará por ser médico, pero sí es posible que elija una profesión que requiera estudios superiores, que tenga un elevado nivel profesional y que implique asistencia a otras personas.

Todo el anterior análisis es válido cuando están presentes ambos padres. No obstante, cuando falta el padre varón, el proceso de identificación se dificulta, tanto para el joven como para la joven.

El varón se ve afectado, principalmente en el sentido de desarrollar características intelectuales consideradas tradicionalmente como femeninas [d]: suelen sacar puntuaciones altas en tests de capacidad verbal y bajas en tests de matemáticas.

Así mismo, suelen presentar puntuaciones bajas en tests tradicionales de inteligencia y menor rendimiento en el colegio, llegando incluso al abandono. También suelen despertar menor simpatía en su grupo social y ser bastante impulsivos.

En las mujeres, la mayor dificultad que se les presenta es para interactuar adecuadamente con los varones. En el caso de hijas de padres divorciados, es notorio su interés por buscar compañía masculina y el desarrollo de comportamientos relacionados con el sexo [e]; y aunque no se da una falta de preferencia por el papel femenino, suelen hallar gran placer en realizar preferentemente actividades consideradas como “masculinas”. En el caso de las hijas de madres viudas, por el contrario, las jóvenes tienden a ser tímidas y a evitar la compañía de los varones.

Como quiera que sea, lo cierto es que lo que se ha expresado acá está condicionado por muchas otras variables, por lo que es necesario tener cuidado, a la hora de enfrentarse a un sujeto concreto, con hacer interpretaciones mecanicistas de una realidad que es sumamente compleja.

7. LA AUTORIDAD DE LOS PADRES [7]

Cuando los padres no dan a sus hijos ninguna norma ni les limitan el campo de acción y expresión, en estas situaciones, el hijo se puede sentir perdido e inseguro.

Cuando los padres enfocan sus relaciones con los hijos como relaciones de poder, en las relaciones del hogar, los hijos que han sufrido un exceso de autoridad de parte de sus padres, suelen ser, unas veces, sumisos, mentirosos y reservados; otras, cuando se han sentido atacados, están a la defensiva.

Otra de las funciones de la autoridad, cuando le plantea a los hijos exigencias, es la de ayudar a que ellos vayan haciendo, poco a poco, los diferentes pasos de su desarrollo integral.

Los padres, al exigir determinados comportamientos, de sus hijos, deben darle las razones que motivaron hacerlo, cuando lo que le exigen o le niegan es razonable.

Valores y criterios normativos

Aunque el diálogo sea muy importante, los padres han de enseñar a sus hijos unas normas de conducta, han de orientarlos hacia los valores:

  • De la creatividad
  • De la interiorización
  • De la reflexión
  • De la libertad y la responsabilidad
  • Del orden en sus afectos
  • De la sinceridad
  • De la atención y la disponibilidad
  • Del esfuerzo y del estudio
  • De la amistad y del sentido comunitario
  • De la apertura a la trascendencia

Los padres de familia, sin exagerados conformismos o perfeccionismos, deben decidir y hacer lo que es necesario. Jamás deben omitirlo con el pretexto de que los hijos no acepten sus palabras o actitudes, se pongan a la defensiva y se muestren agresivos. Este silencio sería un error.

8. LA FUNCIÓN DE LOS PADRES EN LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

Por: John Jairo Giraldo

Para entender al ser humano es imprescindible considerarlo desde lo psíquico, pues es a partir de allí como más fácilmente se pueden entender los problemas humanos de orden mental.

Es en este orden donde juega un papel importante lo simbólico, puesto que es allí donde el ser humano transfiere por la operación de la parte inconsciente, las representaciones, que en este orden simbólico, hay ubicado el lugar de la norma. Se habla de transferencias inconscientes donde el ser humano ha simbolizado individuos y elementos en una relación directa con su sexualidad humana. Por la transferencia inconsciente genera los conflictos psíquicos [8].

Considerando que es en el seno familiar el lugar en donde se transmite el principal elemento socializador: la afectividad; y que es a partir de este momento, de la manera como sea transmitida al niño, la que incidirá posteriormente en su socialización.

«la familia es una institución en la que amar, proteger, educar y dar buen ejemplo son principios que rigen la acción educativa, es así como la violencia familiar y social se relaciona con una desviación de estos confusos ideales de convivencia humana. La consecuencia, según el discurso humanista, es una pérdida de valores. Una experiencia, la del análisis, ha demostrado que el reino del lenguaje y la razón se instala como la forma privilegiada del hombre para hacerse reconocer por el otro hombre» [9].

«El niño aprenderá a controlar sus impulsos en función de la manera en que haya sido entrenado para ello, y esa manera se basa en el estilo de disciplina utilizado en la familia y en el grupo social a que ésta pertenece, conforme avanza el proceso de socialización, el control de los impulsos se va desplazando desde el exterior del individuo hacia el interior, desde una coacción por parte de los adultos hasta una autonomía moral, símbolo de la madurez social de la asunción como propias de las normas sociales y de una adaptación social activa. Por tanto, desde el primer momento de la vida, la estimulación ambiental, desencadena procesos de aprendizaje importantes para el desarrollo posterior de todo tipo de capacidades individuales. Es decir, el éxito o fracaso en las diferentes situaciones por las que atravesará en su ciclo vital (aprendizaje escolar, vida laboral y afectiva, relaciones interpersonales, etc.) va a depender de la calidad y cantidad de las estimulaciones recibidas durante el período de preparación o aprendizaje, especialmente durante los primeros años de vida. En consecuencia, un entorno carencial dificultará su desarrollo y supondrá un serio obstáculo para su adaptación activa como adulto. Por el contrario, disponer de unas buenas condiciones ambientales que le favorezcan una estimulación temprana le va a colocar en una favorable disposición para el aprendizaje posterior. Sin una estimulación adecuada durante los primeros años de vida, más tarde será muy difícil recuperar el déficit adquirido, cuando esta situación carencial incide desde las importantes primeras etapas del proceso de socialización, sus efectos serán prácticamente definitivos y aún más si la totalidad del ambiente en que se desarrolla la vida del individuo participa de la situación carencial, sus efectos repercuten sobre todos los aspectos del desarrollo del niño. En consecuencia, el niño que nace y se socializa en un grupo desfavorecido arrastra una especial carencia estimular que va a dificultar considerablemente sus posibilidades de adaptación social activa y gratificante.

«Sin embargo, para que el niño llegue a poseer una seguridad emocional sobre la que apoyarse en sucesivas relaciones interpersonales es imprescindible que exista un equilibrio en los modelos, en el contexto y en las relaciones entre ambos. Cuando ese equilibrio se rompe, o simplemente nunca se ha establecido, la identificación con los modelos primarios no sólo no proporcionará al niño esa seguridad básica necesaria sino que creará en él un desconcierto y una inseguridad emocional que afectará, a veces profundamente, a su capacidad de comunicarse afectivamente» [10].

La “influencia educativa” ejercida sobre el niño por parte del contexto social y, más concretamente, del primer núcleo socializador, hace evidente la confrontación entre los planteamientos pedagógicos escolares y la familia: «los docentes perciben ese fenómeno cotidianamente, y una de sus quejas más recurrentes es que los niños acceden a la escuela con un núcleo básico de socialización insuficiente para encarar con éxito la tarea del aprendizaje. Para decirlo muy esquemáticamente, cuando la familia socializaba, la escuela podía ocuparse de enseñar. Ahora que la familia no cubre plenamente su papel socializador, la escuela no sólo puede efectuar su tarea específica con la tarea del pasado, sino que comienza a ser objeto de nuevas demandas para las cuales no está preparada» [11].

Es así como…

«…en nuestra cultura se suele considerar a la madre como portadora de la afectividad, pero son ambos modelos, padre y madre, los responsables del clima afectivo del hogar, entre otras razones, porque incluso desde la concepción tradicional de la familia, la manera en que se ejerza la autoridad influye, y a menudo determina, la manera en que se van a establecer las relaciones afectivas en el circuito familiar.

«En torno a esta relación afectiva primaria se organizarán las relaciones posteriores y en consecuencia, la personalidad de los objetos paternos va moldeando progresivamente el comportamiento del hijo y, por supuesto, su personalidad. Todo lo que afecte a cada uno de los padres está ejerciendo una influencia en el proceso de formación de la personalidad del hijo y en su moldeamiento social. Cabe agregar también que las experiencias de éxito o fracaso de los padres, repercuten poderosamente en la forma en que el hijo aprende a percibir el mundo que le rodea y se abre a él. Si esa experiencia es positiva, los padres transmitirán a sus hijos una seguridad básica. Si, por el contrario, el balance relacional de los padres resulta negativo, el resultado será la transmisión al hijo de una desconfianza, inseguridad e inestabilidad que dificultará la formación de una personalidad socialmente madura y el equilibrio relacional con el entorno. Por tanto, unos padres con unas experiencias rustrantes en su relación con el entorno social, difícilmente pueden transmitir a sus hijos una alta motivación de logro en relación con ese entorno. Por todo ello, el niño que nace y se socializa en una situación de pobreza accede al mundo escolar, primero, y al laboral, más tarde, ya con unas experiencias previas de fracaso que van a ser un fuerte impedimento para alcanzar un rendimiento adecuado y una relación gratificante» [12].

NOTAS

[a] Por supuesto que la identificación sexual y la formación de la personalidad se logran a lo largo de un continuum. Sin embargo, hay dos estadios en la vida del sujeto que, dado la madurez psíquica y cognitiva alcanzada en ellos, favorecen el desarrollo de determinados procesos de autonomización afectiva, intelectual y moral.

[b] Aunque sería más adecuado decir “suspención” pues, en realidad, durante la etapa de latencia permanece reprimido al inconsciente (cf. BLOS, Peter. La transición adolescente. ASAPPIA-Amorrortu editores. Buenos Aires. 1981. p. 258).

[c] Que no necesariamente han de ser los padres biológicos o sustitutos.

[d] Lo cual no significa que sean homosexuales.

[e] En el sentido de que estas jóvenes con frecuencia manifiestan actitudes evidentemente provocativas de exhibición y seducción.


FUENTES

[1] Mirada global. Inscripción a secundaria de hombres y mujeres. Revista Adolescencia. P. 435.

[2] Mirada global. Inscripción a secundaria de hombres y mujeres. Revista Adolescencia. P. 435.

[3] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[4] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[5] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[6] Este escrito se hizo teniendo como base la obra de COLEMAN, J.C. psicología de la adolescencia. Ed. Morata. Madrid. 1985. 2 edición. Pp. 105-111; enriqueciéndola con algunos aportes del psicoanálisis.

[7] Cf. LUCAS, Miguel. Cómo trabajar los sentimientos. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá. 1998.

[8] Introducción al estudio de las perversiones: la teoría del Edipo en Freud y Lacan.

[9] GALLO, Héctor. Familia y violencia.

[10] VALVERDE MOLINA, Jesús. El proceso de inadaptación social.

[11] SAVATER, Fernando. El eclipse de la familia.

[12] VALVERDE MOLINA, Ob. Cit.

lunes, 17 de mayo de 2010

LA DESIGUALDAD EN LA REEDUCACIÓN

ENSAYO
ETICA Y REEDUCACIÓN.
EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD EN LA RELACIÓN
REEDUCANDO-REEDUCADOR

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Pedagogía Reeducativa
Nivel VIII, Grupo 01
Seminario de Ética I
Luis Carlos Correa
29 de mayo



FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

ETICA Y REEDUCACIÓN.
EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD EN LA RELACIÓN
REEDUCANDO-REEDUCADOR


Una de las grandes dificultades que se presentan en el proceso reeducativo, y que entorpece el desarrollo de la autonomía moral e intelectual de los reeducandos, es la asunción inadecuada de la figura del educador, debido, ya sea, a una falta de claridad sobre cuál deba ser ésta, conllevando a ambivalencias relacionales frente al alumno y derivando, frecuentemente, en una contratransferencia; y otras veces a causa de que se tiene una idea errónea de lo que representa el pedagogo reeducador para los niños y jóvenes, incurriendo en actitudes polarizadas de autoritarismo, de paternalismo o de permisivismo.

En el fondo de todo lo anterior está uno de los grandes olvidos que suelen sufrir los reeducadores: que los niños y jóvenes establecen con ellos una relación transferencial; que el educador, de modo inconsciente, se transmuta para el educando en la imagen de un otro objeto de amor y odio que no es él mismo (el educador), sino alguien que pertenece a la vida psíquica del joven (pasada o presente) y que suele ser originaria del ámbito familiar.

Es por ello que se hace necesario un profundo conocimiento de la historia del educando, pues no se puede ofrecer un tratamiento diferenciado e individualizador partiendo de un desconocimiento sistemático del proceso histórico en el cual se estructuró su personalidad, sopretexto de “redimirlo de su pasado”. Parte primordial de ese proceso, como ya se hizo notar, es la familia:
«Si concebimos metafóricamente la vida como una especie de juego en el que acaban triunfando aquellos que están mejor preparados, la familia es el espacio social en el cual se reparten las fichas para poder participar y se aprenden las reglas que lo rigen» (FLAQUER, p. 56).
Es en la familia, a través del amor y cuidados de la Madre, de los límites y normas impuestos por el Padre, de las relaciones de amor-odio, identificación-diferenciación e imitación-emulación entre los hermanos, que el niño va formando su personalidad, internalizando los valores y construyendo los patrones comportamentales a partir de los cuales ha de afrontar la inserción y la convivencia social*.

Es precisamente en el ámbito familiar donde comienzan los problemas de los niños y jóvenes. Para empezar, sus familias suelen estar profundamente desestructuradas, de forma que no hay una figura paterna, debido, en ocasiones, a la ausencia del Papá, o a que éste aparece frente al joven como alguien apocado, o distante, o violento y arbitrario en el ejercicio del poder. En contraposición, y reforzando lo anterior, la Mamá suele estar entronizada por el muchacho, y ésta, por su parte, suele asumir una actitud permisiva y en exceso mimosa, estrechando aún más los lazos de dependencia entre le joven, falto del cariño paterno, por una parte, y la mujer, falta del cariño conyugal, por otra parte.

Esto suele ser especialmente evidente en las familias matrifocales, en las que se une un nuevo elemento: al menos durante la mayor parte de la infancia de muchos de los jóvenes con dificultades para vincularse constructivamente al orden sociocultural, sus madres, al faltar el cónyuge, se ven obligadas a trabajar. Debido a la ausencia frecuente de la Mamá que esto ocasiona, “el hogar se vacía de contenido” (FLAQUER, p. 59), por lo que los niños y jóvenes buscan otros espacios afectivos y significativos: el parche y, posteriormente, el combo.

Una vez que el joven, generalmente a través del parche y el combo, accede a la violencia,** la delincuencia y/o la drogadicción, si no con la aprobación, por lo menos sí con el silencio cómplice de la Mamá, hace todo lo posible por recompensar el cariño y la fidelidad de ésta, dándole toda clase de lujos e, incluso, llegando a “liberarla” de la responsabilidad económica del hogar, constituyéndose así en el hombre de la casa. Ubicado en tal posición, el joven llega a uno de los máximos conflictos relacionales y afectivos a que se puede ver abocado: es el hombre de la que no puede ser su mujer, y el padre de aquellos que sólo lo reconocen como hermano.

En tales circunstancias, pues, llegan los jóvenes a la presencia del pedagogo reeducador. Luego de una historia marcada por las carencias afectivas y/o normativas, y por conflictos relacionales, el pedagogo reeducador se constituye en un otro significativo que “aunque no se lo proponga conscientemente, incide en el ser, el pensar y el actuar de sus alumnos” (OCHOA (a), p. 94)***.

Pero el educador no es un otro significativo cualquiera; es uno con el que el joven sí establece una relación directa, real, cara-a-cara, que se configura, en definitiva, como una relación transferencial: el educador viene a ocupar el lugar del Padre ausente y siempre anhelado, o del Papá violento y arbitrario. Otras veces, en cambio, es la Madre protectora y cariñosa, siempre amada y a la que se teme perder, y otras veces es la Mamá frustradora y posesiva, a la que odia y de la que desea liberarse.

Frente a este hecho es necesario, primero, que se establezca un encuadre (A) que ponga en claro las reglas de la relación, de forma que el joven no pase del amar y el odiar al actuar, y que, a su vez, el educador pueda permanecer siempre próximo y asequible sin involucrarse en las reacciones emotivas de los jóvenes. Por otro lado, como base de lo anterior, es necesario que el reeducador se asuma como representante de la Ley y no como la Ley misma, es decir, que no asuma el papel del Padre del educando; así mismo, tal representación de la Ley debe ser asumida desde un ejercicio de lo afectivo y lo tierno. El educador que logra conjugar norma y afecto, dentro de ciertos límites, puede decir con certeza que tiene autoridad:
«[El educador], para constituirse en representante de la ley, para representarla y transmitirla, debe estar investido de autoridad; la autoridad sólo la puede detentar quien está legitimado por aquellos ante quienes se ejerce» [OCHOA (a), p.93] .
El ejercicio de tal autoridad consiste tanto es mostrar el ideal como en establecer límites a los deseos y aspiraciones del joven. Es precisamente en este ejercicio donde se presenta el mayor factor de desigualdad en el tratamiento reeducativo. Partiendo de la idea de que los jóvenes son personas inmaduras emocional, intelectual y moralmente, se concluye que son incapaces de regir su propia vida. En consecuencia, debe ser el reeducador quien decida, sin la participación del joven, qué es lo que éste debe hacer, cuando hacerlo, cómo debe hacerlo. Es él quien determina los objetivos y las estrategias para lograrlos. Sobre esta base se justifica fácilmente:
  • El aislamiento provisional, “para que el joven pueda reflexionar y calmarse”, pero que no es más que un encalabozamiento mal disimulado.
  • La presión constante, a base de gritos, que para lo único que sirve es para que el educador y los operadores hagan su propia catarsis, liberando su agresividad, y para que los jóvenes se llenen de resentimientos y represiones.
  • "Ayudas" sin sentido, que no guardan relación con el hecho que las originó y que, en definitiva, son sólo una versión de los trabajos forzados.

Pero esto no es lo peor. Cuando hay denuncias de maltrato (físico o verbal) o de acoso sexual, fácilmente se opta por no creerle al joven, pues con facilidad se toma la postura de que seguramente sus denuncias son “falsas y obedecen a resentimientos”; o simplemente se cree que, por ser “inadaptados”, tienen “facilidad” y “tendencia” a la mentira y el engaño.

Es así como, para concluir, citamos a OCHOA (a):

«[...] el primero y más esencial compromiso ético de un educador es consigo mismo, compromiso que permite, a partir de una pregunta por su propio ser y desde allí por su actuar, reconocerse y comprenderse como humano, con limitaciones y potencialidades, con capacidad para amar y para agredir, con una historia particular que marca su trasegar por la vida» (p. 94).

NOTAS DEL ASESOR

*Para asumir cada una de estas relaciones le recomiendo el texto de Eugenio Trías “Meditación sobre el poder”. Barcelona. Anagrama.1986 y también “el lenguaje del poder” para abordar el análisis desde la categoría de poder.

**El parche y el combo no se pueden ver sesgadamente, ya que estos como espacios sociales posibilitan la construcción de nuevos significados y sentidos sobre valores, normas y representaciones que no siempre se objetivan en acciones violentas

***se recomienda consultar la obra de Pedro Demo, para clarificar las categorías del ser, el pensar y el actuar.

NOTA ACLARATORIA

(A)ENCUADRE: En psicoterapia, y en general en toda relación de ayuda, se entiende por encuadre el conjunto de normas que rige la relación entre el especialista y el cliente

BIBLIOGRAFÍA

FLAQUER, Lluís. Familia, desigualdad e identidad. Tomado de: Revista Claves de razón Práctica, Nº 61. Madrid. Abril de 1996. Pp. 46-52. En: FERNÁNDEZ MÁRQUEZ, Fredy y otros. Guía de estudio y trabajo, núcleo temático: Ética, niveles VIII-IX. FUNLAM. Medellín. 1999. Pp.54-66.

OCHOA, María Elena (a): El lugar del maestro y su función a partir de una postura desde la ética. En: Memorias “Seminario el educador”. Ciudad Don Bosco. 1996.

OCHOA, María Elena (b). La tradición de los Religiosos Terciarios Capuchinos y la función del educador amigoniano. En: Revista Alborada, Nº 309. Medellín. Noviembre-diciembre de 1996. Pp. 307-317.

viernes, 14 de mayo de 2010

CIUDADANÍA Y MULTICULTURALISMO


RELATORÍA SOBRE EL DOCUMENTO
“LOS VÍNCULOS QUE UNEN”*

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Pedagogía Reeducativa
Nivel VI, Grupo 01
Ética Y Praxis Reeducativa III
Patricia Parra
17 de octubre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1998

En esta relatoría no se seguirá el modelo que propone identificar secuencialmente tesis y argumentos del autor y posición personal. Más bien, se adoptará el método del ensayo, integrando en un todo coherente la exposición del pensamiento del autor y la del relator, partiendo de los argumentos para llegar, como conclusión, a la tesis.

El autor aborda un tema bastante complejo y, por ello, polémico. Por fortuna, consciente de ello, no trata de dar respuestas contundentes y absolutas. Y es que tal tipo de respuestas son completamente inapropiadas, además de obtusas, tratándose de la ciudadanía en los Estados modernos, caracterizados por la pluralidad, la diversidad y, en muchos casos, el extrañamiento mutuo de grupos que cohabitan en un mismo espacio geográfico, pero que difieren en raza, cultura, idioma, religión, etc. Es por ello que la antigua definición liberal de la ciudadanía como una igualdad de derechos de las personas ante la ley, en la actualidad, resulta ser anacrónica, violentadora e injusta y, por ello mismo, atenerse a tal definición fuera de consolidar los lazos cívico-políticos, los debilitaría.

Es por ello que hoy día se hace necesario replantear el concepto de ciudadanía común (homogeneizadora y absolutista), desplazándola hacía una ciudadanía diferenciada (pluralista y alterativa):
«En una sociedad que reconoce los derechos diferenciados en función del grupo, los miembros de determinados grupos se incorporan a la comunidad política no sólo en calidad de individuos, sino también a través del grupo, y sus derechos dependen, en parte, de su propia pertenencia de grupo» (p. 240).
Ahora bien, no se trata simplemente de que el Estado “adopte” legalmente esta visión de ciudadanía y de que establezca mecanismos de control y equilibrio que la garanticen. Se trata de algo más profundo: debe ser el conjunto de la ciudadanía la que debe integrar este concepto; más aún, si la ciudadanía diferenciada no nace como un movimiento del conjunto de la sociedad civil (de modo que las mayorías estén dispuestas a renunciar a su hegemonía política y, a su vez, las minorías ni cedan a la tentación subversiva ni se dejen aplastar ni diluir por las mayorías), entonces los temores de los liberales clásicos se harán una realidad. Esto, porque lo legal no necesariamente se convierte en una práctica cotidiana pero, en cambio, las prácticas cotidianas validadas socialmente sí son leyes. Y es de éstas leyes de las que, en definitiva, depende la estabilidad social que tanto le preocupa a los liberales.
«[...] la salud y la estabilidad de las democracias modernas no sólo depende de la justicia de sus instituciones básicas, sino también de las cualidades y actitudes de sus ciudadanos; es decir, de su sentimiento de identidad y de cómo consideran a otras formas de identidad nacional, regional, étnica o religiosa que potencialmente pueden competir con la suya [...]» (p. 241).
No se trata de “darle madera” a los liberales (en mi caso particular sería “tirar piedras sobre mi cabeza”). Su preocupación por la estabilidad social y política es legítima, sobre todo teniendo en cuenta que la salida más común a los conflictos nacionalistas es la violencia. Lo que no es legítimo es el empecinamiento de muchos en que la única forma de mantener la salud y estabilidad de las democracias es mediante una ciudadanía que sea como «un foro donde la gente superase sus diferencias y pensase en el bien común de todos los ciudadanos» (p. 241). Por el contrario la ciudadanía, más que ser un “foro” donde se superen las diferencias, debe ser un estado de encuentro, de diálogo y respeto de esas diferencias. Sólo entendiendo esto se estará en capacidad de comprender que la reivindicación de derechos especiales por parte de las minorías no supone siempre un atentado contra la identidad civil sino que, en muchos casos, por el contrario, son un honesto deseo de participar activamente en lo civil, lo cual no requiere obligatoriamente prescindir de la propia identidad como grupo cultural diferente y diferenciado dentro del conjunto de la sociedad. Cuando es este el caso, tratar de imponer una ciudadanía común traería más conflictos de los que supondría la ciudadanía diferenciada, pues se estaría dificultando la integración de grupos que desean alcanzarla:
«Cuando los grupos desfavorecidos solicitan la representación especial, por lo general no cuestionan la autoridad de la comunidad política principal, sino que, en palabras de John Rawls, consideran que los ciudadanos pertenecen “para siempre a un proyecto cooperativo”, aunque los grupos oprimidos precisen derechos especiales temporales para alcanzar la plena participación en ese proyecto cooperativo. También la mayor parte de los derechos poliétnicos dan por supuesta la autoridad de los organismos políticos del conjunto de la sociedad. Asumen que los inmigrantes trabajarán dentro de las instituciones económicas y políticas generales, si bien tales instituciones deben adaptarse para reflejar la creciente diversidad cultural de la población a la que sirven» (Pp. 248-249).
Se ve, pues, que la ciudadanía común, en estos casos, no sería más que una tiranía de las mayorías que intentan reducir a su mismidad a las minorías.

Todo lo anterior tiene que ver con las minorías en general. Pero cuando las minorías además comportan la característica de ser un grupo nacional autóctono, ligado por la historia y/o el origen al territorio que ocupan, el asunto puede complicarse, como ha venido sucediendo en Europa Oriental luego de la disolución de la URSS o como ha ocurrido desde antaño en el Reino Unido. Esa posible complicación consiste en la aspiración al autogobierno:
«[...] las reivindicaciones de autogobierno reflejan un deseo de debilitar los vínculos con esa comunidad política y, de hecho, cuestionan su propia autoridad y permanencia» (p. 248).
«Las minorías nacionales afirman ser “pueblos” distintos, con pleno derecho al autogobierno. Y aunque pertenezcan a un país mayor, no por ello renuncian a su derecho de autogobierno primigenio, sino que más bien se trata de transferir algunos aspectos de sus competencias de autogobierno a los estamentos políticos generales, a condición de conservar otros poderes para sí» (p249).
Cualquier salida extremista a este problema es conflictiva. Si, por una parte, se acepta conceder mayor autonomía a las naciones minoritarias, muy probablemente no estén satisfechas hasta conseguir su independencia. Si, por otra parte, se niega la autonomía, sin duda se buscará la secesión por medios violentos. Además, como quiera que sea, es cierto que «en el mundo hay más naciones que Estados posibles, y es necesario encontrar alguna vía para mantener la unidad de los Estados multinacionales» (p. 255).

Esa posible vía la da el mismo autor más adelante cuando afirma:
«[...] si existe una forma viable de promover un sentimiento de solidaridad y de finalidad común en un Estado multinacional, ésta deberá acomodar, y no subordinar, las identidades nacionales. Las personas de diferentes grupos nacionales únicamente compartirán una lealtad hacia el gobierno general si lo ven como el contexto en el cual se alimenta su identidad nacional y no como el contexto que la subordina» (p.259).
En conclusión, pues, el autor disipa los temores de los liberales clásicos, dejando ver que los derechos de las minorías no son necesariamente una amenaza a la estabilidad a largo plazo de las democracias modernas.

Sin embargo, la ciudadanía multicultural, tal como la expone el autor, puede ser tan excluyente como la ciudadanía común. Ésta es despótica por cuanto no permite que las minorías participen de lo civil y lo político desde su diferencia y pretende reducirlas mediante la homogeneización de derechos, con lo cual consigue, o bien impedir una plena integración de las minorías, o bien una reducción a la mismidad de las identidades particulares. La otra lo es porque no permite que grupos que quieren mantenerse al margen de la participación civil, rijan su destino lejos de los “peligros” que para ellos representa la interacción con otros grupos, lo cual, por lo demás, no significa obligatoriamente una amenaza para la estabilidad de la sociedad:
«Algunos grupos recientemente inmigrados plantean reivindicaciones similares a las de las antiguas sectas cristianas. Por ejemplo, algunos grupos musulmanes británicos han solicitado el mismo tipo de exención de la educación liberal que se concedió a los amish. Pero también son casos atípicos. Canadá, Estados Unidos o Australia no han aceptado este tipo de peticiones, ya que no se corresponden con los objetivos de la nueva política de polietnicidad. La filosofía de esta política es integracionista y se ajusta a lo que la mayoría de los nuevos grupos inmigrantes quieren» **(pp. 244-245).
Como se ve, queda claro el surgimiento de una nueva mayoría privilegiada (las minorías que desean “integrarse”) y de una nueva minoría discriminada (las minorías que no desean “integrarse”), a la cual se pretende homogeneizar.

En consecuencia, se deduce que la ciudadanía multicultural tampoco es una panacea y que encarna su propio tipo de absolutizaciones opresoras a las que hay que prestar atención.

De todos modos, el mismo autor reconoce que no tiene una respuesta clara sobre cuáles son las posibles fuentes de unidad en un Estado multinacional que afirme, en lugar de negar, sus diferencias nacionales (incluyendo el deseo de algunos grupos de vivir al margen de la sociedad).

NOTAS

* Noveno capítulo de: KYMLICKA, Will. Ciudadanía Multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías. Paidós, 1996.
** La cursiva es nuestra.