PARA REFLEXIONAR:

"Lo peor de la guerra no es que nos quite la vida, sino que nos quita la humanidad"

"¿Cómo podremos acabar con la guerra y la violencia si no valoramos, respetamos y cuidamos la vida humana desde su mismo comienzo?"

viernes, 10 de diciembre de 2010

SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS


ENSAYO
SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
Cód. 95100188

Pedagogía Reeducativa
Nivel VIII, Grupo 01
Seminario de Ética I
Luis Carlos Correa
27 de febrero

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

Los dos documentos nos conducen a un problema cuya resolución es perentoria, a saber: los Derechos Humanos, ¿necesitan o no una justificación última?; y si la respuesta es afirmativa: ¿qué tipo de justificación ha de ser? En este ensayo acometeremos la tarea de hacer algunos aportes que contribuyan a la discusión de estas cuestiones.

Bobbio, citado por BEUCHOT (1993), nos dice que, después de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre:
«...el problema de los fundamentos ha perdido gran parte de su interés. Si la mayor parte de los gobiernos existentes se han puesto de acuerdo en una declaración común, es indicio de que han encontrado buenas razones para hacerlo. Por eso, ahora no se trata tanto de buscar otras razones o, como querrían los iusnaturalistas redivivos, la razón de las razones, sino de poner las condiciones para una más amplia y escrupulosa realización de los derechos proclamados» (p17).
A primera vista, este argumento en contra de la fundamentación de los Derechos Humanos parece convincente, pero no es así. Si, como el mismo Bobbio dice, la fundamentación no implica la realización fáctica, lo mismo sucede con la positivación. Esto porque los acuerdos fácticos no conllevan necesariamente a la praxis y, con frecuencia, se quedan en un plano ideal. Además, Bobbio da por sentada la fundamentación en las “buenas razones” que tuvieron los gobiernos para apoyar la Declaración. Sin embargo, tales buenas razones, fuera de constituir un fundamento sólido para los derechos proclamados, son un potencial punto de desequilibrio porque, simplemente, las razones que tuvieron los gobiernos para apoyar la Declaración no necesariamente coinciden y, más aún, los valores que subyacen en ellas, los cuales sirven de base específica para interpretar y contextualizar los derechos, difieren de cultura a cultura y, por lo tanto, también difiere la forma de vivenciar los D.D.H.H., hasta tal punto que en su resignificación al interior de una cultura concreta fácilmente podría terminar actuándose en contra de la Declaración Universal. Así pues, no basta el acuerdo fáctico, también es necesario un acuerdo teórico.

Ahora la pregunta es si, como propone BEUCHOT, ese acuerdo teórico debe estar basado en fundamentos absolutos y, por ello, debe ser de corte iusnaturalista. Primero que todo, habría que aclarar a que se hace referencia con el término fundamento absoluto. Partiendo de la afirmación de BEUCHOT (1993), según la cual:
«...la ley natural se va conociendo cada vez de un modo más completo y perfecto. Se avanza en su conocimiento, poco a poco, en la historia – pero eso no quiere decir que su existencia esté condicionada históricamente; sólo lo está su conocimiento» (p. 19).
De esto se deduce que para este autor un fundamento absoluto es un principio inmutable y trascendente, que se va revelando paulatinamente en el devenir histórico. Como católico de primera línea podría verme tentado a adherirme a tal concepción. Pero no deja de tener sus inconvenientes. A alguien que no ha sido formado en la religión cristiana ni en ninguna otra tradición iusnaturalista, tal concepto podría parecerle, sin mucha dificultad, acomodaticio; además de que lleva incubado un germen de totalitarismo reductor. Ciertamente, si todos los estudiosos de las Ciencias Humano-sociales se dedicaran a investigar en todo el mundo para hallar unos principios comunes a todas las culturas que tuvieran tal característica, sucumbirían en su intento. A lo sumo podrían hallar unos principios comunes en cuanto a su designación pero, en cuanto a su significación, las divergencias pronto se dejarían ver. De modo que no quedaría más remedio que escoger algunos de ellos, por ejemplo, los más frecuentes (aunque sean sólo de nombre) lo cual no dejaría de ser arbitrario.

Así es que la justificación última de los D.D.H.H. debe fundarse en principios que partan de la realidad polisémica e intersubjetiva de la “comunidad global”, es decir, de principios relativos. Sin embargo, también es necesario un mínimum de solidez que evite que tales principios queden del todo abandonados al capricho de quienes han de dinamizar los recursos necesarios para la realización fáctica de los derechos proclamados. Esto es, necesitamos hallar unos principios relativamente absolutos. El asunto ahora es, ¿cómo hallarlos?

Para ello podemos servirnos de reflexiones de diversa índole (axiológica, antropológica, ontológica,... filosófica en definitiva), pero para que la fundamentación de los D.D.H.H. sea legítima ha de ser, ante todo, una reflexión intersubjetiva, constructora de consensos.

Y es que, realmente, es un “pecado” que en plena época de la cultura global, respetuosa de las diferencias y de las identidades culturales, algunos filósofos, con arrogancia, tengan la pretensión de proponer como universalmente válidos sistemas axiológicos y filosóficos que, por más que construidos y fundamentados por estudios e investigaciones, no dejan de ser una visión particular sobre la realidad que vivimos; y que, encima, se crean con autoridad para descalificar a otros.

Hablar de una fundamentación de los D.D.H.H., hoy día, es ante todo hablar de una fundamentación dialéctica, que más que buscar “La Verdad”, busque razones aceptables para todos aquí y ahora, basada en la memoria histórica y proyectada al porvenir.

Pero también implica reconocer que ningún consenso es eterno y que con el devenir histórico de la humanidad y las culturas (entendidas estas como acervo de significados) las condiciones y las concepciones varían y, por ello, ha de variarse el acuerdo teórico.

Así pues, el fundamento será absoluto en cuanto sea “un argumento irresistible al que nadie podrá negarle su adhesión” (BEUCHOT, 1993, p. 15), no por imposición sino por convicción; pero será relativo en cuanto su legitimidad caduca históricamente y por tanto se hace necesario su constante reactualización y resignificación y, tal vez, una re-evaluación de los principios fundantes.

Es decir, en conclusión, que el diálogo ni es un momento ni una estrategia específica de la fundamentación de los D.D.H.H. sino que es su esencia misma.

FUENTES

BEUCHOT, Mauricio. Las objeciones de Norberto Bobbio a la fundamentación filosófica de los Derechos Humanos. En: filosofía y Derechos Humanos. Siglo XXI. México. 1993. Pp. 154-165.

HOYOS VÁZQUEZ, Guillermo. Apuntes a la pregunta: ¿qué son los Derechos Humanos? En: Revista Argumentos, Nº 28-29. Bogotá. 1992. Pp. 105-109.

Ambos documentos presentados en:
FERNÁNDEZ MÁRQUEZ, fredy y otros. Guía de estudio y trabajo, núcleo temático: ética, niveles VIII y IX. Funlam. Medellín. 1999. Pp. 11-22.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA


ENSAYO
LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
Cód. 95100188

Pedagogía Reeducativa
Nivel IX, Grupo 01
Estrategias de Intervención Reeducativa
Lucia Lenis Sucerquia
25 de octubre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA

No hace falta abundar mucho en explicaciones y exposiciones al afirmar que el problema de la delincuencia juvenil y, en general, los problemas de vinculación al orden sociocultural, comenzaron a adquirir dimensiones críticas en la década de los ochenta, en asocio al narcotráfico y auspiciados por él. Tampoco resulta polémico el argumentar que la respuesta judicial y profesional a fenómenos como la toxicomanía, las bandas y la delincuencia juveniles, se ha quedado corta, siendo sus resultados, no sólo exiguos sino, más aún, poco sólidos: es bajo el número de jóvenes que culminan provechosamente un proceso reeducativo, y de éstos, son muchos los que reinciden. Así pues, cabe preguntarse, ¿qué hay en el fondo de tal ineficacia? ¿Ésta hunde sus raíces en que el contexto al que pertenecen los jóvenes, y al cual deben integrarse de nuevo, es patógeno? ¿O se deberá más bien al tipo de tratamiento con que se pretende resolver el problema?

En este ensayo se intentará demostrar que, más allá de polarizaciones, por demás perniciosas, la ineficacia de la respuesta jurídico-legal y sociopedagógica al problema de la delincuencia juvenil, en particular, y de los programas de educación social especializada (reeducación) frente a los problemas de vinculación al orden sociocultural, en general, radica en ambos factores, es decir, en que los jóvenes provienen de un ambiente que es nocivo para su formación integral, y deben volver a él de nuevo sin haber adquirido suficientes elementos que les permitan escapar a sus influencias negativas, lo que se ve agudizado porque la intervención se da en niveles especializados, que realmente no favorecen la integración del joven a su comunidad, ni tampoco permiten adelantar procesos sociocomunitarios de desarrollo humano integral y sostenible, de modo que la transformación comportamental, actitudinal y axiológica de los jóvenes esté acompañada, y sea paralela a ella, por la transformación social, cultural política económica y educativa de su comunidad.

Uno de los supuestos metodológicos sobre los que se fundamenta la intervención pedagógica social especializada (reeducación) es el de la integralidad. Ésta se entiende como la integración en el proceso formativo, de acciones de diversa índole tendientes a potenciar en los sujetos sus capacidades no dinamizadas y a preservar aquellas que sí lo están, valiéndose de diversas técnicas y estrategias -talleres, trabajo grupal (socio y psicoterapéutico), lúdica, recreación, deportes, capacitación académica y laboral, etc.- y con el apoyo de un equipo multiprofesional. Todo esto, dentro de un proceso por etapas, flexible, dentro del cual el joven puede avanzar (y retroceder) según su ritmo, y al final del cual se espera que haya madurado psíquica, social y físicamente*.

Visto de este modo, no parece haber ningún inconveniente en los actuales modelos reeducativos. Sin embargo no es así. La intervención reeducativa se da dentro del marco de una institución especializada: atiende a un tipo específico de población**, con recursos destinados a atenderla exclusivamente a ella, limitada en el aprovechamiento de recursos externos (comunitarios) y, por tanto, “cerrada”, desligada, casi autárquica, con respecto al contexto sociocomunitaria en el cual se inserta como realidad física.

Este estado de institucionalización del joven, en el que este es internado en un centro reeducativo, o debe asistir periódicamente a las instalaciones de un programa de libertad asistida, si bien favorece determinados procesos educativos, en tanto les sirve de apoyo y asegura, hasta cierto punto, su continuidad, tiene dos graves inconvenientes: por un lado, cuando una institución se caracteriza por atender un tipo exclusivo de público, con el tiempo llega a identificarse, en el medio social, los usuarios con la institución, de modo que se hace inevitable que a los primeros se les imponga un “rótulo” identificatorio, que en definitiva termina convirtiéndose en una “marca”, en un “estigma”. Así mismo, aunado a lo anterior, la forma en que se disponen y diseñan los recursos para el tratamiento de los jóvenes, afecta la percepción que éstos tienen de sí mismos, convirtiéndose con frecuencia en un estímulo positivo para el reforzamiento de su problemática y, específicamente, de los comportamientos que los situaron en conflicto con el orden sociocultural y jurídico, tal como lo afirman FUNES y GONZÁLEZ (1989):
« [...] el sujeto asume, interioriza y consolida sus problemas, sus dificultades, sus diferencias en función del “tratamiento” que recibe; por ello, la atención que se dispensa no es un simple problema de la psicología, la educación o la asistencia social, sino también del diseño y la organización de los recursos que se utilizan.» (p. 61)
Esta estructura “cerrada” de las instituciones especializadas, de acuerdo a lo que se ha dicho, tiene tres consecuencias perniciosas que se pueden evidenciar en distintos jóvenes, dependiendo, por supuesto, de las características personales de éstos:
  1. La primera consecuencia que se puede presentar es lo que se suele llamar en la jerga de los centros reeducativos como institucionalización. Los jóvenes, usualmente aquellos que llevan mucho tiempo bajo tratamiento, o que no tienen familiares en la región y, por tanto, deben permanecer totalmente internados durante el proceso reeducativo, llegan a acostumbrarse tanto al ambiente diseñado y protegido del centro, que terminan hiperadaptándose a él y, en la misma medida, van desadaptándose a su medio de origen, de modo que sienten temor de volver a él, por lo cual se las arreglan, bien para permanecer en el centro, bien para volver a ser internado, una y otra vez.
  2. La segunda es la resistencia al tratamiento. Ésta se puede considerar como la versión inversa de la anterior: el joven está tan hiperadaptado a la situación anómica previa a su ubicación institucional que no es capaz de adaptarse a un ambiente diseñado y normatizado, de forma que termina envuelto en una historia de fugas, recapturas y reingresos.
  3. Finalmente, la tercera consecuencia se podría denominar “pseudorreeducación”. Esto se suele dar en el caso de jóvenes con gran capacidad de adaptación a las diversas situaciones que se les presenten. Por tanto, al encontrarse en un ambiente diseñado, responden en la forma esperada, culminando “satisfactoriamente” el tratamiento reeducativo. Sin embargo, al salir del centro, es decir, al cambiar de ambiente, rápidamente adaptan sus respuestas a los requerimientos del nuevo medio, y como éste suele ser el mismo del cual fueron “sacados”, sus comportamientos vuelven a ser los mismos de antes de haber sido internados en el centro reeducativo.
En este punto, cabe preguntarse, entonces ¿si el tratamiento es “integral”, a qué se debe este tipo de resultados?

Aunque, en definitiva, la respuesta a esta pregunta depende de la perspectiva desde la cual se la analice, acá se asume que no hay tal integralidad. El separar a los jóvenes de su medio natural; el internamiento en una institución aislada de su realidad cotidiana; el trabajo solipsista, hermético, desarticulado, de una institución que desconoce o no se integra al trabajo realizado por instituciones de diferente índole a la propia;... constituye todo esto una seria fractura al supuesto de integralidad de la intervención pedagógica social especializada (reeducación).

Así pues, como se deduce fácilmente de lo anterior, aquí se aboga por una intervención reeducativa interdisciplinaria, desde, en medio de y con la comunidad porque, como afirma ZABALZA (1989): «Únicamente una intervención que implique a instancias, colectivos e instituciones diversas (y desde luego a la propia comunidad) tiene posibilidades de resultar eficaz en el trabajo con inadaptados.» (p. 18). Desde luego que eso no significa que no haya instituciones especializadas. Pero éstas no deben ser de carácter “total”, es decir, no deben separar al joven de su medio natural para dotarles de “todo” aquello que carecen en él. Además, tales instituciones deben ser especializadas en el servicio que prestan, no en el público que atienden, de lo contrario, no se cambiaría mucho en lo que de estigmatizante tienen los centros reeducativos, pues esta estigmatización no se debe a que su régimen sea de internado, sino, precisamente, al hecho de atender en sus instalaciones a colectivos de jóvenes fácilmente catalogables como inadaptados, criminales, infractores, contraventores, etc., con toda la carga de rechazo social que han llegado a tener estos términos. Para poder superar este problema es necesario ampliar los marcos problemáticos de referencia, tal como propone ZABALZA (1989):
«Hay que sacar el problema del espacio tipificado restrictivamente como “inadaptación”; hay que plantearlo bajo una denominación más neutra (con menos carga moralizante y marginadora), capaz de englobar a un más amplio espectro de población, y a ámbitos poblacionales no fácilmente estigmatizables socialmente. » (p. 29)
Precisamente por ello es que la acción reeducativa ha de realizarse desde un trabajo interinstitucional. En primer lugar, porque al ampliar los marcos problemáticos de referencia, se hace necesario prestar atención a grupos poblacionales más amplios y diversos; y en segundo lugar, derivado de ello, porque se le hace difícil a una sola institución atender a la diversidad de necesidades de esos grupos poblacionales. Así, pues, se hace preciso que cada institución se especialice en la prestación de determinados servicios. Claro que en esto también se puede caer en la trampa de la hiperespecialización: puede ocurrir que cada institución se “encapsule” en su propia especificidad y que, por ello, no se preocupe por el trabajo de los demás, ni se beneficie de él, ni sea capaz de dar orientación sobre ese otro trabajo a quienes, de entre sus usuarios, lo necesiten y/o lo soliciten.

De modo que el trabajo interinstitucional debe suponer una planeación conjunta, planeación que ha de conducir no sólo al establecimiento de objetivos y metas comunes, sino también a la optimización y racionalización de los recursos, es decir a la compactación de programas de acción social (ZABALZA, 1989, p. 3). Esto quiere decir que al planear, ha de tenerse en cuenta:
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios similares a fin de evitar la sobreintervención, unir esfuerzos y evitar gastar un presupuesto que se puede invertir en recursos no existentes en la localidad.
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les son específicos y de los cuales se puedan servir las otras instituciones.
  • Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les sean específicos y que puedan ser complementarios a los recursos y servicios de otras instituciones, a fin de llegar a cruzar, en la medida de lo posible, sus cronogramas de actividades.
Así pues, como conclusión, la integralidad de la acción reeducativa no consiste únicamente en realizar acciones sociopedagógicas tendientes a desarrollar integralmente las tres dimensiones del ser humano (biológica, psicológica y social) desde una institución especializada. Tal intervención será realmente integral si se integra a la vida comunitaria, si integra al joven en un trabajo con grupos poblacionales más amplios y, finalmente, si el trabajo se integra al realizado por otras instituciones, todo esto, dentro del marco de un proyecto común de formación y desarrollo integral.

BIBLIOGRAFÍA

FUNES, Jaume y GONZÁLEZ, Carlos. Delincuencia juvenil, justicia e intervención comunitaria. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 51-68.

ZABALZA BERAZA, Miguel A. Estrategias de intervención socioeducativa ante los inadaptados sociales: una reflexión desde la práctica de trabajo en pisos. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 17 –39.

NOTAS

* Esto último, se convierte en un objetivo secundario, a veces no formalizado, de los programas reeducativos por cuanto, con frecuencia, los jóvenes llegan en estados físicos deplorables, ya sea a causa de una desnutrición más o menos grave, o por el abuso prolongado de substancias psicoactivas.

** Delincuentes juveniles o, como “debe” decirse actualmente, con una expresión más eufemística y larga, pero no por ello menos rotulante y estigmatizante: niños y jóvenes infractores y contraventores de la ley penal.

domingo, 5 de diciembre de 2010

PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA


INFORME DE LECTURA SOBRE LA OBRA
PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
DE ERICH FROMM

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Curso Propedéutico
Semestre II
Español
Beatriz Martínez Ríos
17 de noviembre

SEMINARIO DE CRISTO SACERDOTE
YARUMAL
2006

INTRODUCCIÓN

Tal vez ninguna disciplina moderna haya calado tan profundo como el Psicoanálisis. Junto con la Filosofía, es una de las disciplinas humano-sociales más versátiles y críticas, que ha procurado penetrar de forma integral las diversas esferas de la vida humana, desde el arte y la literatura, hasta la política y la vida social.

Precisamente, esta obra es una muestra de la capacidad de integración, integralidad e interdisciplinariedad del psicoanálisis, que les exige a quienes lo practican una gran apertura y atención a las diversas manifestaciones de la vida y el comportamiento humano.

Por esta misma apertura y capacidad de observación atenta y concienzuda propias del psicoanalista, se comprende el hecho de que un libro escrito hace poco más o menos cincuenta años, tenga tanta vigencia; describa situaciones y realidades que siguen estando presentes, como si aquellas páginas hubieran sido proféticas, adelantando, a partir de las realidades de entonces, lo que nos deparaba a quienes vivimos en la actualidad.

Ciertamente, las realidades que describe Erich Fromm en esta obra, ya estaban presentes entonces, pero en el transcurso de estos cincuenta años se han seguido desarrollando y evolucionando, de forma que ahora se han agudizado aún más.

Por ello, leer este libro nos aporta una comprensión crítica de la situación de enajenación que se vive hoy día y nos da pistas, aunque no hay que tomarlas al pie de la letra, para enfrentar tal problemática, y ayudar a construir una sociedad y un hombre más libres y auténticamente felices.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Erich Fromm nace en Frankfurt (Alemania) en 1900. Psicoanalista y pensador alemán célebre por aplicar la teoría psicoanalítica a problemas sociales y culturales. Descendiente de familia judía. Tan sólo tenía 14 años cuando estalló la I Guerra Mundial, quedó realmente impresionado por la naturaleza de la conducta humana, siendo incapaz de comprender un acto tan irracional.

Durante su etapa escolar, Fromm estudiaría con gran interés a Freud y Marx, encontrando en éste primero una forma de comprender la personalidad humana y las influencias sociopolíticas expuestas por Karl Marx. Cursó filosofía en la Universidad de Heidelberg en 1922, y se especializó en psicoanálisis en la Universidad de Munich y en el Instituto Psicoanalítico de Berlín, que fuera fundado por Freud. En 1925 comenzaría a ejercer como psicoanalista, siendo posteriormente nombrado profesor de la universidad de su ciudad natal. Durante los años 30 daría a conocer sus primeros trabajos sobre psicología religiosa, trabando en estrecho contacto con pensadores de la Escuela de Frankfurt, tales como Marcuse, Adorno o Benjamin.

Visitaría Estados Unidos por vez primera en 1933; sin embargo, el ascenso de Hitler al poder le llevaría a establecerse en ese país, adquiriendo posteriormente la nacionalidad estadounidense. Sería profesor en las universidades de Columbia, Michigan, New York y Yale, en el Bemmington College de Vermont y en el Instituto Americano de Psicoanálisis. A menudo se le vería envuelto en asuntos socio-políticos por los que sentía un verdadero interés. En 1941 publicaría su ya célebre obra "El miedo a la libertad", que le dio a conocer, siendo muy traducida y divulgada, en la cual trata el movimiento nazi en lo que algunos han venido a denominar como una interpretación "sociopsicoanalítica". En esta obra se revelaría un alejamiento definitivo de Freud. En 1949 se traslada a Cuernavaca (México), de cuya universidad sería profesor. Por entonces fue desarrollando una teoría política acorde con sus ideas anteriores, que llamó "socialismo humanista comunitario", cuya finalidad apuntaría a devolver al ser humano aquellas capacidades que no puede desplegar por causa de la enajenación a que está sometido.

"La sociedad sana"* (1955) y "El arte de amar" (1956) afianzarían su prestigio, sobre todo en ambientes universitarios. En estos textos escribiría acerca de su teoría del "amor maduro" como ingrediente para una realización individual que permitiera escapar a la enajenación producida por la sociedad de consumo o la omnipotencia del propio Estado. Se empeñaría en armonizar el marxismo y el psicoanálisis, al mismo tiempo que abrazaría en su pensamiento las aportaciones de Oriente, siendo fruto de esta reflexión su obra "Budismo zen y psicoanálisis". Otras obras serían "El hombre para sí mismo" (1947), "El lenguaje olvidado" (1951), "La misión de Sigmund Freud" (1956), "Más allá de las cadenas de la ilusión" (1962), "¿Tener o ser?" (1966) o "La anatomía de la destructividad humana" (1973).

En 1962 fue nombrado profesor de la Universidad de Nueva York. Recorrió muchos países dictando cursos. En 1980 falleció en Murallo (Suiza) el que se consideraba uno de los líderes y principales exponentes del movimiento psicoanalítico del siglo XX.

RESUMEN DE LA OBRA

En “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”, Erich Fromm realiza una crítica a la “sociedad occidental” cimentada en el capitalismo, al cual considera como el responsable de los males de nuestra cultura.

El autor inicia cuestionando la idea generalizada que plantea la idea de que la sociedad occidental, al tener “altos niveles de vida” es la sociedad más sana que existe o haya existido; idea que no es más que una ilusión nacida de nuestra propia enfermedad.

Para aclarar tal afirmación, y teniendo como criterio (sólo a modo de ejemplo) que los fines de la sociedad son la espontaneidad, la libertad y la expresión auténtica de sí mismo, establece la siguiente distinción:
  • Cuando una persona no ha alcanzado tales fines, entonces tiene un defecto grave.

  • Cuando un defecto está presente en la mayoría de los individuos de una sociedad, entonces se presenta un defecto socialmente modelado.

  • Cuando los defectos de un individuo son más graves que los de la mayoría de los integrantes de su sociedad, presenta una neurosis.

  • Finalmente, algunas personas presentan una estructura caracterológica diferente a las demás personas de su sociedad y, por tanto, sus defectos y conflictos difieren ostensiblemente de los de las demás personas.

En realidad, un defecto socialmente modelado no es más que un comportamiento neurótico generalizado producido por la estructura de la sociedad; al producirlo la sociedad, produce también las normas o mecanismos que le ayudan a los individuos a vivir con tal defecto sin caer presas de la angustia ni hundirse en la locura. Sin embargo, tales mecanismos pueden fallar (y de hecho lo hacen) en casos más graves del defecto, por lo que la persona se ve enfrentada sola a su defecto, el cual le genera una angustia intolerable, llevando a la persona a manifestar su enfermedad. Además, hay un grupo de personas que, con raíz en una estructura caracterial diferente, sufren unos conflictos y defectos que igualmente difieren de los de las demás personas, por lo cual los mecanismos de protección contra la angustia generados por la sociedad les son inútiles, y no son lo suficientemente sanos para vivir “contracorriente”.

Tales defectos socialmente modelados son los que configuran la patología social o patología de la normalidad, como las denomina el autor.

Para poder comprender adecuadamente tal patología, y darle el tratamiento que requiere, es necesario, según el autor, comprender la verdadera raíz de la naturaleza y la situación humana. Según su análisis, el animal no vive su vida, no es dueño de ella, por cuanto se le imponen las leyes biológicas naturales que lo abarcan y trascienden, de tal modo que el animal forma parte de la naturaleza y nunca la trasciende; vive en armonía con ella, la cual le proporciona todo lo que necesita, incluso las formas “adecuadas” de responder ante los peligros y conflictos propios de la existencia. Pero el hombre es un animal diferente: desde el momento histórico en que adquirió consciencia de sí mismo, y que desarrolló la razón y la imaginación, comenzó a dejar de ser un animal, rompió su armonía con la naturaleza y, en el proceso de irse haciendo ser humano, se encuentra en un continuo e inevitable estado de desequilibrio.

Es de este desequilibrio que se desprenden las necesidades auténtica y específicamente humanas; a diferencia de las animales, que tienen que ver fundamentalmente con la subsistencia del individuo y la continuidad de la especie, las necesidades del hombre tienen que ver con la tensión entre el impulso a alcanzar la humanidad y su propensión a retornar a la animalidad. Tales necesidades, y sus respectivos conflictos, son:

De cómo se resuelvan esos conflictos para la mayoría de las personas de una sociedad, dependerá la salud o enfermedad de la misma.

Lo expuesto hasta esta parte, no es, sin embargo, lo central del libro, sino que apunta a darle soporte al concepto clave en torno al cual construye su discurso el autor: el concepto de enajenación o, según otra posible traducción, alienación, término tomado de la teoría marxista. Este término lo define el autor como:

«... un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse que ha sido enajenada de sí mismo. No se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás hasta adora» (p. 105).

En otras palabras, la persona enajenada es aquella que no es realmente dueña de sí misma, de su vida y sus decisiones; es posible que se haga la ilusión, y de hecho así sucede, de que tiene perfecto dominio sobre su voluntad y destino, pero es eso, tan sólo una ilusión.

Hay varios procesos sociales de nuestra cultura occidental que son origen y manifestación de tal enajenación; los definiremos sólo brevemente:

  • Cuantificación y abstractificación: se toma como referencia el dinero. Éste no es más que una abstracción del trabajo humano: si trabajas tanto, si realizas tal tipo de trabajo, recibes determinada cantidad de dinero. Con esta “abstracción del trabajo” puedes conseguir (comprar) muchas cosas a diferentes cantidades de ella, de forma que se va perdiendo todo contacto real y objetivo con las realidades en las que interviene el dinero como factor de cambio, incluso las relaciones interpersonales, la primera de ellas, la relación empleado-empleador: el empleado no es más que un número en una planilla de pago, que recibe determinada cantidad de dinero; así mismo, el “patrón” es sólo una gran cantidad de dinero capaz de contratar tu fuerza de trabajo a cambio de determinada cantidad de ese dinero.
  • Creciente división del trabajo: a causa de ésta, sobre todo en el campo siempre creciente de la industria, el trabajador se va especializando cada vez más, de tal forma que ya sólo le toca hacer una pequeña parte del total del proceso de la fabricación de un artículo. Así, el trabajador pierde el contacto, en cuanto constructor, con el producto como un total.
  • La “idolatría”: en el sentido de que el hombre, poco a poco, ha terminado dependiendo de sus creaciones, hasta el punto que éstas tienen un gran poder de control y determinación en sus vidas: las posesiones del hombre terminan poseyéndolo a él.
  • Burocratización: para manejar las inmensas industrias de hoy día, e incluso el Estado, se ha creado una nueva clase de funcionario: el burócrata; éste, a diferencia del trabajador industrial, no manipula cosas, sino personas; pero esas personas son para él poco más o menos como números, cantidades, por las cuales no siente el menor afecto; no las quiere ni las odia, simplemente las manipula según la necesidad.
  • El control de la propiedad: en la sociedad moderna se introdujo una nueva modalidad de propiedad: la propiedad por acciones. Las grandes empresas de hoy pertenecen a un gran número de propietarios, cuyo único vínculo con su propiedad es un “papel” que garantiza que reciban las utilidades del capital que han invertido, pero que poco o nada saben o influyen en el funcionamiento de “su” empresa.
  • La producción: como ya se dijo antes, el empleado ya no tiene contacto con el producto total que ayuda a construir, de tal forma que pierde el sentido de su función. Pierde el contacto con el objeto y con la función social de su actividad.
  • La adquisición y el consumo: a su vez, los consumidores establecen una relación enajenada con los artículos que adquieren y consumen: gracias a la publicidad, las personas son manipuladas para impulsarlas a consumir más y más; consumo que no tiene que ver tanto con los beneficios reales y objetivos del artículo como con la “idea” de él que vende la publicidad.
  • El empleo del tiempo libre: éste se ha convertido en un “artículo” más que se consume; la misma industria cultural moldea a las personas de la sociedad para que consuman determinadas formas de diversión que, en general, no dotan de significado la vida, sino que más bien la vacían de todo significado profundo, de forma que las diversas formas de “recreación” acaban siendo una forma de evadir el profundo tedio y vacío de la vida más que una forma del hombre re-crearse y re-crear su entorno social y natural.
  • Las fuerzas sociales: el hombre está preso y es manipulado por unas fuerzas sociales tácitas, que nadie enuncia, pero que están ahí, envolviéndolo todo y llevando a la persona a amoldarse a su sociedad, a contentarse con ser como todos y a procurar no ser diferente.
  • El cambio: como una derivación del consumo, la gente de hoy está ansiosa de cambiar, de tener siempre lo más novedoso, independientemente de que lo necesite o no, de que sea necesario el cambio o no. Lo importante es cambiar, estar siempre a la última, estar siempre en ascenso social.
  • Él éxito como medida de la valía de la vida: el éxito entendido como la capacidad de la persona para vender su fuerza laboral en el mercado, entendido como la posibilidad de obtener la mayor diversión posible, ser aceptado como uno más del grupo, etc. Si no se logran estos objetivos socialmente condicionados, pareciera que la vida no tiene sentido.

Como conclusión de todo esto, y analizando la sociedad contemporánea, el autor afirma que el hombre de hoy, que la sociedad de hoy, adolece de una profunda enfermedad, ya que, si se entiende que la persona sana

«... es la persona productiva y no enajenada; la persona que se relaciona amorosamente con el mundo y que emplea su razón para captar la realidad objetivamente; que se siente a sí misma como una entidad individual y única, y al mismo tiempo se siente identificada con su prójimo; que no está sometida a una autoridad irracional y acepta de buena voluntad la autoridad racional de la conciencia y la razón; que está en proceso de nacer mientras vive, y considera el regalo de la vida como la oportunidad más preciosa que se le ofrece» (p. 228).

Y que, a su vez...

«Una sociedad sana desarrolla la capacidad del hombre para amar a sus prójimos, para trabajar creadoramente, para desarrollar su razón y su objetividad, para tener un sentimiento de sí mismo basado en el de sus propias capacidades productivas» (p.66).

mientras que...

«Una sociedad insana es aquella que crea hostilidad mutua y recelos, que convierte al hombre en un instrumento de uso y explotación para otros, que lo priva de un sentimiento de sí mismo, salvo en la medida en que se somete a otros o se convierte en un autómata» (p.66).

… entonces no es difícil ver que la sociedad moderna corresponde más a esto último. De todos modos, para no extendernos más, la solución que propone el autor es la del socialismo, según sus palabras:

«La única solución constructiva es la del socialismo, que tiende a una reorganización fundamental de nuestro régimen económico y social, en el sentido de libertar al hombre de ser usado como un medio para fines ajenos a él, de crear un orden social en que la solidaridad humana, la razón y la productividad son fomentadas y no trabadas» (p. 229).

ANÁLISIS CRÍTICO

Aspectos positivos

Dos cosas quiero resaltar en esta obra, aunque no hayan quedado evidenciadas en el resumen precedente:

  • El optimismo del autor: a pesar de la dura época en que le tocó vivir, no ha perdido su fe en el ser humano, sino que cree en su capacidad para salir adelante y caminar hacia el despertar pleno de su humanidad.
  • Su perspectiva realista en cuanto a la visión y solución del problema que él plantea: siendo psicoanalista, no se reduce a una mirada psicoanalítica de la situación problémica, sino que le da una mirada interdisciplinaria, integral, y enuncia claramente que la misma cualidad debe tener cualquier solución que se plantee.

Aspectos negativos

  • Su suposición de que el problema social se puede solucionar aplicando el mismo procedimiento empleado para el tratamiento del individuo. Según él,

    «El tratamiento de una patología social debe seguir el mismo principio [del tratamiento de la patología individual], ya que es la patología de muchísimos seres humanos, y no la de una entidad fuera y aparte de los individuos» (p. 26)
    La sociedad, según esto, no vendría a ser más que el agregado de una gran cantidad de individuos. Este concepto, desde la moderna teoría de sistemas, es sumamente cuestionable. Como sistema, como organización, la sociedad tiene su propia entatividad; utilicemos una analogía: el cuerpo humano no es sólo un conglomerado de células, si bien cada una tiene su propia vida y está empeñada en cumplir su propia función, forman parte de un todo que las trasciende, tiene una vida propia, una actividad y una consciencia propias, que están más allá de los individuos celulares. Lo mismo, la sociedad tiene su propia vida, su propia evolución; al igual que cualquier ser vivo (aunque parezca atrevida la comparación) las sociedades nacen, crecen, incluso hasta se reproducen (pensemos en las sociedades y las culturas a que dieron origen los imperios griego y romano), y mueren. Así, pues, las sociedades son entidades que, aunque conformadas por seres humanos, no se puede reducir a la conglomeración de sus componentes y, por tanto, no se le puede dar el mismo trato que se le daría a cualquiera de los individuos.

  • Aunque pretende ser crítico e imparcial, el autor está seriamente influido por las posturas socialistas. Si bien en su libro hace una crítica seria y profunda, tanto del capitalismo como del marxismo, no puede evitar tener ciertos tintes ideológicos que, por más que revista de ciencia, siguen siendo una forma más de enajenar a las personas.

CONCLUSIÓN

Ciertamente, la sociedad contemporánea evidencia síntomas de una grave enfermedad, enfermedad que adolecen en masa las personas que la conforman. No puede haber otra explicación para tantos horrores como a diario se ve en la televisión y en la prensa periodística. Pero también hay salud; es cierto, no se ve mucho en televisión, porque no es rentable, porque no eleva el raiting, pero ahí está. Son estas personas las verdaderas “curas”, los verdaderos “anticuerpos” de la “patología social”. Es ilusorio pretender instaurar una “terapéutica social”, pues a las sociedades las mueven las fuerzas de la historia humana, que trascienden con mucho el devenir de los seres humanos particulares.

Nuestra sociedad seguirá su evolución, su “vida enferma”, y acaso muera de esa enfermedad. Pero, sin duda, dejará, al menos, un “hijo”, el cual es de esperarse que surja con toda la fortaleza y la salud de las nuevas generaciones.

Mientras tanto, se necesita que más y más de esos “anticuerpos” sigan trabajando en mantener viva nuestra sociedad, en paliar su sufrimiento y, tal vez, se vale soñar, lleguen a ser tantos, que traigan la cura a nuestra vieja y aparentemente moribunda sociedad. Quien sabe.

FUENTE

FROMM, Erich. Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. México: Fondo de Cultura Económica, 1971. Pp. 309.

NOTAS

* Traducido generalmente bajo el título “Psicoanálisis de la sociedad Contemporánea”.