Con la elección del nuevo Papa, S.S. Francisco, muchos, tanto al interior como al exterior de la Iglesia Católica, esperan una "modernización" de ésta pues, dicen, "se quedó en épocas pasadas". Lo primero es una espectativa razonable, pero lo segundo es una acusación falsa, o, por lo menos, errónea: la Iglesia Católica, a lo largo de los tiempos, se ha "actualizado" según las circunstancias de cada época. La pregunta que habría que hacerle a quienes desean y hasta reclaman esa "modernización" es qué entienden ellos, en realidad, con este término, y en qué aspectos específicos esperan que la Iglesia "se modernice".
Porque, lo primero que hay que entender, es que no todo es "modernizable" o, mejor dicho, hay realidades que son perennes (siempre "modernas"), por ejemplo: la Verdad. La "Verdad", si es verdad, no cambia con los tiempos. Los que están a la espera de que con S.S. Francisco cambien asuntos que van en contra de las verdades fundamentales de la Religión Cristiana (en general) y de la Iglesia Católica (en particular), como, por citar algunos ejemplos:
... los que esperan tales cosas (disculpen la repetición), se engañan... están profundamente equivocados... La tarea de "modernización" y "actualización" de la Iglesia no consiste en acomodarse a las demandas de la cultura y la sociedad contemporáneas, sino en asumir los nuevos retos que éstas le representan a la Evangelización, de modo que la Iglesia sepa hacer más visible a Cristo y más comprensible su Evangelio en medio de las circunstancias y los retos del mundo actual, transmitiendo con lenguaje, imágenes y métodos vigentes la verdad eterna.
Para finalizar este comentario, les recuerdo a quienes esperan que con S.S. Francisco se operen dichos cambios, que deben tener claro dos cosas:
que el Papa no gobierna solo la Iglesia, como si fuera un soberano absoluto y autócrata, sino que rige los destinos de la Iglesia en comunión con el Colegio Episcopal, y asistido de cerca por el Colegio Cardenalicio.
que el Papa, y los Obispos y Presbíteros de todo el mundo que guardan comunión con él, no son dueños ni libres intérpretes de las doctrinas que enseñan, sino que dichas enseñanzas les fueron confiadas ("depositadas") por Dios a ellos, y tienen la tarea de conservarla (2Tm 1,14) con la asistencia del Espíritu Santo (2P 1,20-21; cf. Hch Jn 14,26; 16,13;).