ENSAYO
LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA
CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
Cód. 95100188
Pedagogía Reeducativa
Nivel IX, Grupo 01
Estrategias de Intervención Reeducativa
Lucia Lenis Sucerquia
25 de octubre
FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999
LA INTEGRALIDAD EN LA INTERVENCIÓN REEDUCATIVA
No hace falta abundar mucho en explicaciones y exposiciones al afirmar que el problema de la delincuencia juvenil y, en general, los problemas de vinculación al orden sociocultural, comenzaron a adquirir dimensiones críticas en la década de los ochenta, en asocio al narcotráfico y auspiciados por él. Tampoco resulta polémico el argumentar que la respuesta judicial y profesional a fenómenos como la toxicomanía, las bandas y la delincuencia juveniles, se ha quedado corta, siendo sus resultados, no sólo exiguos sino, más aún, poco sólidos: es bajo el número de jóvenes que culminan provechosamente un proceso reeducativo, y de éstos, son muchos los que reinciden. Así pues, cabe preguntarse, ¿qué hay en el fondo de tal ineficacia? ¿Ésta hunde sus raíces en que el contexto al que pertenecen los jóvenes, y al cual deben integrarse de nuevo, es patógeno? ¿O se deberá más bien al tipo de tratamiento con que se pretende resolver el problema?
En este ensayo se intentará demostrar que, más allá de polarizaciones, por demás perniciosas, la ineficacia de la respuesta jurídico-legal y sociopedagógica al problema de la delincuencia juvenil, en particular, y de los programas de educación social especializada (reeducación) frente a los problemas de vinculación al orden sociocultural, en general, radica en ambos factores, es decir, en que los jóvenes provienen de un ambiente que es nocivo para su formación integral, y deben volver a él de nuevo sin haber adquirido suficientes elementos que les permitan escapar a sus influencias negativas, lo que se ve agudizado porque la intervención se da en niveles especializados, que realmente no favorecen la integración del joven a su comunidad, ni tampoco permiten adelantar procesos sociocomunitarios de desarrollo humano integral y sostenible, de modo que la transformación comportamental, actitudinal y axiológica de los jóvenes esté acompañada, y sea paralela a ella, por la transformación social, cultural política económica y educativa de su comunidad.
Uno de los supuestos metodológicos sobre los que se fundamenta la intervención pedagógica social especializada (reeducación) es el de la integralidad. Ésta se entiende como la integración en el proceso formativo, de acciones de diversa índole tendientes a potenciar en los sujetos sus capacidades no dinamizadas y a preservar aquellas que sí lo están, valiéndose de diversas técnicas y estrategias -talleres, trabajo grupal (socio y psicoterapéutico), lúdica, recreación, deportes, capacitación académica y laboral, etc.- y con el apoyo de un equipo multiprofesional. Todo esto, dentro de un proceso por etapas, flexible, dentro del cual el joven puede avanzar (y retroceder) según su ritmo, y al final del cual se espera que haya madurado psíquica, social y físicamente*.
Visto de este modo, no parece haber ningún inconveniente en los actuales modelos reeducativos. Sin embargo no es así. La intervención reeducativa se da dentro del marco de una institución especializada: atiende a un tipo específico de población**, con recursos destinados a atenderla exclusivamente a ella, limitada en el aprovechamiento de recursos externos (comunitarios) y, por tanto, “cerrada”, desligada, casi autárquica, con respecto al contexto sociocomunitaria en el cual se inserta como realidad física.
Este estado de institucionalización del joven, en el que este es internado en un centro reeducativo, o debe asistir periódicamente a las instalaciones de un programa de libertad asistida, si bien favorece determinados procesos educativos, en tanto les sirve de apoyo y asegura, hasta cierto punto, su continuidad, tiene dos graves inconvenientes: por un lado, cuando una institución se caracteriza por atender un tipo exclusivo de público, con el tiempo llega a identificarse, en el medio social, los usuarios con la institución, de modo que se hace inevitable que a los primeros se les imponga un “rótulo” identificatorio, que en definitiva termina convirtiéndose en una “marca”, en un “estigma”. Así mismo, aunado a lo anterior, la forma en que se disponen y diseñan los recursos para el tratamiento de los jóvenes, afecta la percepción que éstos tienen de sí mismos, convirtiéndose con frecuencia en un estímulo positivo para el reforzamiento de su problemática y, específicamente, de los comportamientos que los situaron en conflicto con el orden sociocultural y jurídico, tal como lo afirman FUNES y GONZÁLEZ (1989):
« [...] el sujeto asume, interioriza y consolida sus problemas, sus dificultades, sus diferencias en función del “tratamiento” que recibe; por ello, la atención que se dispensa no es un simple problema de la psicología, la educación o la asistencia social, sino también del diseño y la organización de los recursos que se utilizan.» (p. 61)Esta estructura “cerrada” de las instituciones especializadas, de acuerdo a lo que se ha dicho, tiene tres consecuencias perniciosas que se pueden evidenciar en distintos jóvenes, dependiendo, por supuesto, de las características personales de éstos:
- La primera consecuencia que se puede presentar es lo que se suele llamar en la jerga de los centros reeducativos como institucionalización. Los jóvenes, usualmente aquellos que llevan mucho tiempo bajo tratamiento, o que no tienen familiares en la región y, por tanto, deben permanecer totalmente internados durante el proceso reeducativo, llegan a acostumbrarse tanto al ambiente diseñado y protegido del centro, que terminan hiperadaptándose a él y, en la misma medida, van desadaptándose a su medio de origen, de modo que sienten temor de volver a él, por lo cual se las arreglan, bien para permanecer en el centro, bien para volver a ser internado, una y otra vez.
- La segunda es la resistencia al tratamiento. Ésta se puede considerar como la versión inversa de la anterior: el joven está tan hiperadaptado a la situación anómica previa a su ubicación institucional que no es capaz de adaptarse a un ambiente diseñado y normatizado, de forma que termina envuelto en una historia de fugas, recapturas y reingresos.
- Finalmente, la tercera consecuencia se podría denominar “pseudorreeducación”. Esto se suele dar en el caso de jóvenes con gran capacidad de adaptación a las diversas situaciones que se les presenten. Por tanto, al encontrarse en un ambiente diseñado, responden en la forma esperada, culminando “satisfactoriamente” el tratamiento reeducativo. Sin embargo, al salir del centro, es decir, al cambiar de ambiente, rápidamente adaptan sus respuestas a los requerimientos del nuevo medio, y como éste suele ser el mismo del cual fueron “sacados”, sus comportamientos vuelven a ser los mismos de antes de haber sido internados en el centro reeducativo.
Aunque, en definitiva, la respuesta a esta pregunta depende de la perspectiva desde la cual se la analice, acá se asume que no hay tal integralidad. El separar a los jóvenes de su medio natural; el internamiento en una institución aislada de su realidad cotidiana; el trabajo solipsista, hermético, desarticulado, de una institución que desconoce o no se integra al trabajo realizado por instituciones de diferente índole a la propia;... constituye todo esto una seria fractura al supuesto de integralidad de la intervención pedagógica social especializada (reeducación).
Así pues, como se deduce fácilmente de lo anterior, aquí se aboga por una intervención reeducativa interdisciplinaria, desde, en medio de y con la comunidad porque, como afirma ZABALZA (1989): «Únicamente una intervención que implique a instancias, colectivos e instituciones diversas (y desde luego a la propia comunidad) tiene posibilidades de resultar eficaz en el trabajo con inadaptados.» (p. 18). Desde luego que eso no significa que no haya instituciones especializadas. Pero éstas no deben ser de carácter “total”, es decir, no deben separar al joven de su medio natural para dotarles de “todo” aquello que carecen en él. Además, tales instituciones deben ser especializadas en el servicio que prestan, no en el público que atienden, de lo contrario, no se cambiaría mucho en lo que de estigmatizante tienen los centros reeducativos, pues esta estigmatización no se debe a que su régimen sea de internado, sino, precisamente, al hecho de atender en sus instalaciones a colectivos de jóvenes fácilmente catalogables como inadaptados, criminales, infractores, contraventores, etc., con toda la carga de rechazo social que han llegado a tener estos términos. Para poder superar este problema es necesario ampliar los marcos problemáticos de referencia, tal como propone ZABALZA (1989):
«Hay que sacar el problema del espacio tipificado restrictivamente como “inadaptación”; hay que plantearlo bajo una denominación más neutra (con menos carga moralizante y marginadora), capaz de englobar a un más amplio espectro de población, y a ámbitos poblacionales no fácilmente estigmatizables socialmente. » (p. 29)Precisamente por ello es que la acción reeducativa ha de realizarse desde un trabajo interinstitucional. En primer lugar, porque al ampliar los marcos problemáticos de referencia, se hace necesario prestar atención a grupos poblacionales más amplios y diversos; y en segundo lugar, derivado de ello, porque se le hace difícil a una sola institución atender a la diversidad de necesidades de esos grupos poblacionales. Así, pues, se hace preciso que cada institución se especialice en la prestación de determinados servicios. Claro que en esto también se puede caer en la trampa de la hiperespecialización: puede ocurrir que cada institución se “encapsule” en su propia especificidad y que, por ello, no se preocupe por el trabajo de los demás, ni se beneficie de él, ni sea capaz de dar orientación sobre ese otro trabajo a quienes, de entre sus usuarios, lo necesiten y/o lo soliciten.
De modo que el trabajo interinstitucional debe suponer una planeación conjunta, planeación que ha de conducir no sólo al establecimiento de objetivos y metas comunes, sino también a la optimización y racionalización de los recursos, es decir a la compactación de programas de acción social (ZABALZA, 1989, p. 3). Esto quiere decir que al planear, ha de tenerse en cuenta:
- Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios similares a fin de evitar la sobreintervención, unir esfuerzos y evitar gastar un presupuesto que se puede invertir en recursos no existentes en la localidad.
- Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les son específicos y de los cuales se puedan servir las otras instituciones.
- Qué instituciones tienen recursos o prestan servicios que les sean específicos y que puedan ser complementarios a los recursos y servicios de otras instituciones, a fin de llegar a cruzar, en la medida de lo posible, sus cronogramas de actividades.
BIBLIOGRAFÍA
FUNES, Jaume y GONZÁLEZ, Carlos. Delincuencia juvenil, justicia e intervención comunitaria. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 51-68.
ZABALZA BERAZA, Miguel A. Estrategias de intervención socioeducativa ante los inadaptados sociales: una reflexión desde la práctica de trabajo en pisos. En: revista de menores. Ministerio de Asuntos Sociales. Nº 15. Madrid. Mayo – junio de 1989. Pp. 17 –39.
NOTAS
* Esto último, se convierte en un objetivo secundario, a veces no formalizado, de los programas reeducativos por cuanto, con frecuencia, los jóvenes llegan en estados físicos deplorables, ya sea a causa de una desnutrición más o menos grave, o por el abuso prolongado de substancias psicoactivas.
** Delincuentes juveniles o, como “debe” decirse actualmente, con una expresión más eufemística y larga, pero no por ello menos rotulante y estigmatizante: niños y jóvenes infractores y contraventores de la ley penal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario