PARA REFLEXIONAR:

"Lo peor de la guerra no es que nos quite la vida, sino que nos quita la humanidad"

"¿Cómo podremos acabar con la guerra y la violencia si no valoramos, respetamos y cuidamos la vida humana desde su mismo comienzo?"

viernes, 28 de mayo de 2021

LENGUAJE, GÉNERO Y SEXO


En mi opinión, la base lingüística de la discriminación por razón del género, no es una cuestión lexicológica sino semántica. El problema no es usar las palabras "médico" y "presidente" indistintamente para referirse a individuos de ambos géneros sexuales; el problema es que, en el mundo simbólico de un hablante particular, no exista cabida a la posibilidad de que, por ejemplo, "médico" pueda referirse también a una "ella" ("la médico"), sino que siempre sea un "él" ("el médico"). 


Además, hay que recordar que, por una parte, el género sexual y el género gramatical son dos cosas distintas. Así, por ejemplo, las expresiones "el género humano" y "la humanidad", siendo de distinto género gramatical, se refieren ambas al mismo sujeto que abarca a individuos de ambos sexos. Un segundo ejemplo: De mí se puede decir que soy "una persona retraída" o "un individuo retraído", sin que ello implique que tengo cambios de género sexual. Y un tercer ejemplo:  Al decir: "Mi mesa es de madera", no se está implicando que el sujeto de la oración sea de sexo femenino, pues los seres inanimados no tienen sexo.


Por otra parte, hay que tener presente que, en las construcciones oracionales, el género gramatical no está dado por el género del sujeto oracional, sino por el contexto oracional. Así, por ejemplo, en la oración: "La presidente está contenta", es claro, al ver el artículo y el adjetivo que acompañan al sustantivo "presidente", que se está hablando de una mujer; lo mismo se puede decir de la expresión: "La médico está cansada"; y, si se dice: "El cantante es bonita", es claro para el oyente o lector que se ha cometido algún error.


Así, la solución no está en aumentar el número de palabras que se usan (incluir siempre palabras que se refieran a cada género gramatical) ni en idear giros lingüísticos, palabras o desinencias  ("-x", "-xs", "-e", "-es") que abarquen ambos géneros gramaticales. La solución está en cambiar la forma como las personas perciben, imaginan y/o simbolizan los géneros sexuales, y, para esto, no es necesario introducir modificaciones en la forma de hablar al referirse a los géneros sexuales, sino que las modificaciones se deben introducir en la forma de pensarlos.


Alguien podría decir: "Pero, es que, modificando la forma de hablar, se modifica la forma de pensar"; parece un argumento lógico y razonable, pero, lo que ha pasado con las palabras y expresiones que se han usado para referirse a las personas mayores de 60 años, demuestra que esa ruta no lleva a buen término o, al menos, no siempre. Antaño se les decía: "viejo", pero como esta palabra terminó teniendo un significado despectivo, se impulsó el uso de la palabra "anciano", que también terminó siendo usada despectivamente; entonces se ideó la expresión "persona de la tercera edad", y pasó lo mismo; ahora se dice: "adulto mayor"... y esta expresión está teniendo la misma suerte. por ello, insisto: cambiar el modo de hablar, en particular, las palabras o expresiones que se usan, no necesariamente conlleva un cambio en la forma de pensar y, concomitantemente, en las actitudes y acciones.


Y, lo anterior, me lleva a otra idea base del llamado "lenguaje inclusivo" con la que no estoy de acuerdo: la idea de que el lenguaje es performativo, queriendo decir con ello que "el lenguaje crea la realidad" o, en su versión más moderada, "crea realidades". 


Ciertamente, el filósofo John Austin explicó de manera magistral algo que ya sabían los distintos expertos en cuestiones lingüísticas (aunque lo nombraban de otras formas): la diferencia entre los "actos de habla performativos" y los "actos de habla constatativos". Los primeros son aquellos enunciados que, en sí mismos, constituyen la acción que se enuncia; por ej., decir: "¡Juro!", constituye en sí mismo el acto de jurar (ya que se jure con la intención de cumplir o de no cumplir con el juramento, es otra cosa); en cambio, decir: "Corro", no constituye en sí mismo el acto de correr... tanto es así, que alguien puede decir "corro" sin haber corrido jamás en su vida. En conclusión, hay expresiones lingüísticas que "crean realidades", en el sentido de que, el decirlas constituyen en sí mismas la acción que se dice realizar; pero hay expresiones lingüísticas (la mayoría, en realidad) con las que no sucede esto.


Sin embargo, no es ahí donde está mi desacuerdo, sino en la sobregeneralización que implica afirmar que "EL lenguaje" crea la realidad o crea realidades. Pero es que, además, en el campo de los prejuicios, las discriminaciones y el género sexual, no es cierto que dichas realidades sean creadas o sostenidas por el lenguaje y que, por tanto, la solución sea cambiar el lenguaje y que, al hacer esto, se creará una nueva realidad, libre de prejuicios y discriminaciones por cuestiones de género y/o sexo. 


En mi opinión, el lenguaje, en el sentido de lo dicho anteriormente, no crea realidad alguna, sino que expresa la forma como, individual y/o colectivamente, se concibe la realidad. Por ejemplo: El solo hecho de que yo diga: "El hombre, por naturaleza, viene a este mundo teniendo potencial tanto para el bien como para el mal", no me hace, ipso facto, "androcentrista" ni "machista"; pues simplemente me estoy acogiendo a la regla gramatical del español según la cual el género gramatical masculino se usa para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la misma especie, sin distinción de sexos. 


La cuestión sería: ¿Qué entiendo al decir: "el hombre"? Si entiendo que esa expresión se refiere a todo el género (en sentido biológico) humano, y que todos los que pertenecen a ese "género" tienen igual dignidad (es decir, son igual de importantes"), y, en consonancia con ello, trato con respeto a cualquier ser humano con el que tenga contacto o relación de algún tipo, indistintamente de cualquier condición diferencial (sexo, edad, nacionalidad, etnia, raza, afiliación política... etc.), no hay allí prejuicio ni discriminación.


Pero, si, al decir: "el hombre", me ubico en la posición de, por ejemplo, hacer una interpretación literalista del segundo relato bíblico de la creación, de modo que: 

  1. Pienso que, dado que fue creado primero que la mujer, el hombre es superior a ella; además, como fue creada a partir de una parte del hombre, entonces la mujer es un "subproducto" de aquel y, por lo mismo, es inferior al mismo en todo sentido.
  2. Como consecuencia de lo anterior los únicos puestos que ofrezco en mi empresa [suponiendo que tengo una] para las mujeres son los de secretaria y aseadora; y, en mi matrimonio, no permito que mi mujer estudie ni tenga un empleo remunerado porque "las mujeres son para atender la casa de su hombre".
Ahí sí hay prejuicio y discriminación por razón del género sexual, porque estos son, ante todo, formas de pensar (los prejuicios) y formas de actuar (las discriminaciones), más que formas de hablar. Son los prejuicios (las formas de pensar) los que determinan el significado y uso que se les da a las palabras, y no las palabras que se usan las que determinan la forma de pensar. Y es la forma de pensar la que determina las actitudes y las acciones concretas de los individuos, no las palabras... no el lenguaje. Más aún: Yo podría (muchos lo hacen) hablar utilizando el "lenguaje inclusivo", y decir muchas cosas acerca del "respeto a la diversidad", la "tolerancia", la "libertad de pensamiento" y de "expresión" y, sin embargo, en mi vida cotidiana, actuar de modo contrario a ello; o, tal vez, esa forma de hablar podría ser no más que una estrategia para ganarme el beneplácito de otros, pero pensar y actuar de modo contrario a mi modo de hablar.


De modo pues, que no es el lenguaje el que crea las realidades de los prejuicios y de la discriminación por razón del género sexual, sino que son las formas de pensar las que las crean; y, por ello, la solución no está en introducir cambios en las formas de hablar, sino que, los cambios, hay que introducirlos en las formas de pensar. Si cambian las segundas, y si lo amerita, entonces es posible que cambien las primeras.

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