PARA REFLEXIONAR:

"Lo peor de la guerra no es que nos quite la vida, sino que nos quita la humanidad"

"¿Cómo podremos acabar con la guerra y la violencia si no valoramos, respetamos y cuidamos la vida humana desde su mismo comienzo?"

miércoles, 26 de mayo de 2010

LOS PADRES FRENTE A LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

RELATORÍA
LOS PADRES FRENTE A LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

ELVA AREIZA
CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES
JOHN JAIRO GIRALDO
SOR AMALIA NASAYÓ LIÉVANO
FERNANDO MARTÍNEZ
ADRIANA MARTÍNEZ TORO
MARÍA LETICIA MONTOYA
LILIANA MARÍA RODRÍGUEZ

Pedagogía Reeducativa
Nivel IX, Grupo 01
Seminario de Adolescencia
Carmenza Hincapié
27 de noviembre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

1. LOS ADOLESCENTES EN LA FAMILIA [1]

Por: Sor Amalia Nasayó Liévano

Las tareas más importantes de la paternidad son una paradoja. Por una parte, los padres exitosos dan a sus hijos raíces y un sentimiento de seguridad que provienen de un medio en el que los niños se sienten amados y aceptados. Por otra, los animan a que se hagan independientes. Si bien superficialmente, raíces e independencia parecen contradecirse, son en realidad los dos lados de la moneda. Sólo una persona segura puede ser independiente. Durante la adolescencia se revela qué tan exitosamente han inculcado los padres en sus hijos estos sentimientos y habilidades.

Comunicación intergeneracional

La incipiente necesidad de autonomía y de definición personal del adolescente, normalmente origina conflictos en la familia o, por lo menos, hacen preciso hablar de ciertos temas con los padres. Los adolescentes están influidos por su familia, aún cuando los viejos lazos están tensos en algunas circunstancias.

La mayor parte de los conflictos se centra en general en asuntos vulgares, como los quehaceres domésticos, la hora de volver a casa, las citas, las calificaciones, la apariencia personal y los hábitos alimentarios. Son raros los conflictos por valores fundamentales: económicos, religiosos, sociales y políticos. Pocos adolescentes se forman opiniones independientes acerca de asuntos ideológicos; por lo común lo hacen más tarde, en los años de estudios avanzados, en la universidad. Es importante que las familias se den cuenta de la importancia de mantener la comunicación y compartir puntos de vista durante esta edad, así los tiempos de crisis de la adolescencia serán franqueados con éxito.

Los padres tienden a fomentar el desarrollo intelectual y se entregan a menudo a la solución de problemas y a las discusiones con toda la familia, tanto niños como niñas acostumbran a discutir sus ideas con sus papás. El trato del adolescente con su madre es más complejo, pues interactúan en las áreas de las responsabilidades domésticas y académicas, la disciplina dentro y fuera de casa y las actividades de tiempo libre. Todo esto puede causar mayores tensiones y conflictos entre las madres y sus hijos, pero también tiende a establecer mayor cercanía que con el padre.

Los estilos de crianza de los padres estructuran la psicología y personalidad de los adolescentes. Un estilo autoritativo estimula a los adolescentes por sus actos responsables e independientes y un alto grado de control y aceptación personal. En contraste, los hijos criados bajo el influjo de padres autoritarios han de mostrarse dependientes y ansiosos en presencia de figuras de autoridad, o arrogantes y resentidos. Los hijos de hogares permisivos suelen resistirse a reglas y normas, como resultado de un autocontrol inadecuado, o pueden desarrollar un complejo de inferioridad como consecuencia de sentirse ignorados por sus padres.

Conclusiones

  • Durante los rápidos cambios individuales y familiares que son comunes en la adolescencia, se vuelve más probable que las opiniones de padres e hijos diverjan.
  • En las familias que han funcionado bien durante la niñez de los hijos, aparecen nuevas formas de interdependencia que se arraigan en las fortalezas que ya tienen. En cambio, si la comunicación se cierra o se desorganiza, las disfunciones pueden ser mayores.

2. DINÁMICAS Y ALIANZAS FAMILIARES [2]

Por: María Leticia Montoya

La comunicación en el hogar es muy importante para una relación armoniosa y dinámica. La unidad familiar se mantiene si padres e hijos establecen una relación recíproca, o sea, una comunicación abierta, entendiendo que dialogar no es discutir. Es necesario establecer límites y normas claras entre padres e hijos y trabajar y luchar juntos para un buen cuidado y disciplina. Si uno de los padres es excluido, o se excluye él mismo, éste pierde autoridad como agente de socialización y puede alterar el desarrollo de los adolescentes.

Cuando hay ausencia de uno de los padres, ya sea por divorcio o separación, se da una lucha del joven por encontrar su verdadera identidad y por encontrar su independencia. Parece que el adolescente se afecta más que en cualquier otro periodo de la vida cuando uno de sus padres contraen nuevas nupcias.

El padre cumple pues una función clave para ayudar al adolescente a encontrar el equilibrio adecuado, para consolidar su propia identidad y para responsabilizarse de sus actos.

Durante la adolescencia crecen enormemente las amistades, y la importancia de los grupos de camaradas.

3. SOLUCIÓN DE CONFLICTOS [3]

Por: Adriana Martínez Toro

En los casos en que surge un conflicto entre padres e hijos, muchas veces unos y otros gastan una gran cantidad de tiempo, energía e ingenio en acumular recriminaciones mutuas, haciendo que los conflictos se vuelvan cada vez mayores.

Los conflictos más frecuentes entre padres e hijos suelen ser:

  • El padre se comporta como un fiscal-acusador, haciéndole recriminaciones al adolescente, sin darle la oportunidad de defenderse.
  • Como consecuencia de lo anterior, surgen disgustos y disputas, llevándolos a distanciarse.
  • En consecuencia, se rompe la comunicación, creándose entre ellos un silencio profundo que empeora la situación.
  • Los padres se empeñan en demostrar que el adolescente es perezoso, irresponsable, irreflexivo, que tiene toda la culpa de lo que haya ocurrido.
  • Por su parte, el adolescente se muestra igual de elocuente en su argumentación sobre los padres: son insensibles, injustos, tercos, anticuados e incapaces de entenderlo a él y a su mundo.

Los argumentos dan vueltas y vueltas, dedicándose cada uno a demostrar la culpabilidad del otro, y cada cual se encierra tanto en su propio razonamiento que no escucha lo que el otro le dice, ni mucho menos lo comprende.

Para romper ese círculo vicioso de acusación y contra-acusación, es preciso que uno de los dos opte por buscar una solución en vez de un culpable. Es el padre quien debe tomar la iniciativa a este respecto.

Para la solución de los conflictos, los padres deben:

  • Abrir los canales de comunicación, es decir, permitir que el adolescente exprese sus opiniones y expresar las propias en un clima de diálogo horizontal (no autoritario) y de escucha activa.
  • Respetar la identidad que el joven se está construyendo.

Conclusiones

  • Cuando se presente un problema o conflicto entre los padres y el adolescente, aquellos no deben imponerse por la fuerza, sino escuchar y comprender al joven.
  • La meta de los padres debe ser ayudar a sus hijos a descubrir su propia individualidad y a desarrollar una identidad sólida que les permita resistir la presión de su grupo de pares.

4. EL DESARROLLO DE LA INDIVIDUALIDAD [4]

“Estimule y apoye el derecho de su hijo adolescente de ser un individuo distinto a los demás”.

Por: Liliana María Rodríguez

Los adolescentes están tratando de establecer su propia identidad, sus aptitudes personales, sus gustos, metas, deseos... es decir, pretenden convertirse en individuos con derecho propio.

En esta etapa de la vida es más fuerte la necesidad de apoyo de los pares, la necesidad de pertenecer a un grupo diferente a la familia. Los adolescentes no sólo están rompiendo lazos con sus padres, también están probando nuevos papeles, enfrentando nuevas demandas del medio, experimentando cambios físicos y psicológicos. Esta etapa está llena de ensayos y errores; a veces se le da más importancia a los errores, produciendo mucha tensión y ansiedad. Es rara la persona que no sufre alguna pérdida de seguridad en sí mismo durante estos años de desarrollo.

A los adolescentes hay que darles oportunidad de tomar consciencia de sus impulsos y de confiar en su propio sentido de los valores. Necesitan aprender a hacer elecciones y juicios independientemente de los demás y a desarrollar su potencial como individuos únicos.

Los padres deben recordar que sus hijos adolescentes necesitan el apoyo de sus amigos, por lo cual los esfuerzos paternales por romper esas relaciones siempre fracasan y causan mucha tensión a la familia. Los padres deben respetar y apreciar la necesidad que tienen los adolescentes de formar parte de un grupo, y también deben fomentar y apoyar el derecho a ser distintos.

Los padres deben fomentar la individualidad de los adolescentes, prestando atención a sus intereses, alentándolos para que exploren y descubran sus propios valores y aceptando y apoyando sus esfuerzos por hacerse independientes.

La fortaleza personal depende en gran medida de la fe que los demás tengan en los individuos. Si los adolescentes saben que sus padres confían en ellos, serán mayores sus probabilidades de desarrollar la confianza en sí mismos, necesaria para un sano desarrollo psicológico.

Si los padres estimulan activamente a los adolescentes para que actúen con autenticidad, ellos entenderán que sus padres están dispuestos a confiar en su creciente madurez y que realmente valoran su independencia.

5. LÍMITES, PRIVILEGIOS Y RESPONSABILIDADES DE LOS ADOLESCENTES [5]

Por: Elva Areiza

Es necesario que los padres y los hijos adolescentes sepan qué esperan los unos de los otros, lo que están dispuestos a aceptar y lo que no.

Para los adolescentes, que marchan hacia la independencia, es difícil entender las preocupaciones de los padres. Están demasiado ocupados con sus propios asuntos como para ser capaces de ver desde el punto de vista de los demás, especialmente si esos “demás” son sus padres.

Esta suele ser la época en que los jóvenes se interesan en sí mismos y en sus propios problemas.

Es importante en esta época convenir los límites, los privilegios y las responsabilidades de común acuerdo con ellos, más bien que imponer la voluntad de los padres. A muchos padres les cuesta fijar y mantener límites con sus hijos adolescentes. Tal vez no tienen claridad sobre esos límites o no son consecuentes en la observación de los ya existentes. Es posible que ellos mismos no estén seguros de qué cosas son razonables y por tanto se muestran demasiado severos.

Del exceso de severidad pueden resultar problemas, pero también los puede causar el exceso de tolerancia. Algunas veces les parece a los padres que fijarles límites a sus hijos es señal de falta de afecto, y para probar su amor parental los dejan hacer lo que quieran. El temor a contrariar al hijo es una trampa en que caen los padres con frecuencia.

Muchos padres sienten temor de pensar que sus hijos puedan hacer algo que les cause daño a los demás o a ellos mismos.

El adolescente pasa por un periodo de extraordinario crecimiento y desarrollo, con importantes cambios físicos, lo mismo que de personalidad y de expectativas sociales. La adolescencia es una época de cierta inestabilidad psicológica, desequilibrio, irresolución, vacilaciones, dudas e intranquilidad.

Aunque esta inestabilidad puede ser incómoda, tanto para los hijos como para los padres, en esta etapa de la vida es psicológicamente sano y deseable, porque sirve de puente de paso entre la infancia y la adultez.

La necesidad de un mundo exterior estable, bien estructurado y pronosticable, es mayor aún en esta etapa del desarrollo que en otras.

Por consiguiente, para el sentido de seguridad del adolescente, lo mismo que para la tranquilidad de los padres, es especialmente importante que los jóvenes sepan exactamente qué se espera de ellos y cuales son las consecuencias de sobrepasar esos límites.

Los padres tienen el deber de fijar límites. Pero cuando los hijos llegan a la adolescencia y comienzan a criticar, entonces fácilmente optan por la imposición, a veces violenta. Así mismo, cuando los hijos comienzan a preguntar las razones que fundamentan las normas, muchos padres no saben qué responder. Esa falta de seguridad incomoda a los padres y los lleva a reaccionar con irritación y disgusto.

En un estudio amplio sobre los conflictos de los adolescentes con sus padres, a propósito de los límites, surgieron los siguientes asuntos:

  • Las horas de llegar a casa por la noche
  • El aprovechamiento de la escuela
  • La forma de gastar el dinero
  • La elección de amistades
  • Los hábitos personales

6. LOS PADRES COMO MODELOS DEL PAPEL [6]

Por: Carlos Augusto Arias Vidales

La familia, como primer ente socializador, como primer espacio afectivo y relacional del sujeto, juega un papel privilegiado en la formación de la personalidad de los individuos. A este respecto son especialmente importantes las figuras parentales como mediadoras del acceso a la Ley y la Cultura. Esto sólo es posible en la medida que los padres, al desempeñar flexible y ejemplarmente sus roles autoritativos, afectivos y sexuales, se ofrecen a sus hijos como modelos de identificación.

Así pues, el proceso de identificación sexual y vocacional (que es lo que acá interesa particularmente) se logra a partir de dos momentos críticos de identificación [a]. El primer proceso de individuación ocurre durante el surgimiento, desarrollo y liquidación del conflicto edípico [b]. En éste, como resultado del afecto y las normas ofrecidos por los padres, el niño internaliza, en cierto grado, la Ley, estableciendo así su conciencia moral; y gracias a sus actitudes (las de los padres) se apropia y construye unos prototipos sexuales y vocacionales que le servirán como modelo frente a los cuales evaluar otras interpretaciones de roles sexuales y vocacionales.

Sin embargo, con la suspensión del complejo de Edipo, no queda plenamente establecida la identidad sexual y vocacional del sujeto. Durante toda la fase de latencia el niño mantendrá la indeterminación bisexual y vocacional, a pesar de lo que podría hacer pensar una frecuente manifestación de su ideal de ejercer la profesión u ocupación del padre de su mismo sexo. El juego de roles de la fase fálica y de los primeros años de la latencia, así como los “juegos de niños” y los “juegos de niñas” (propios de la latencia), le permitirán al niño ensayar y practicar diversos roles, pero no será hasta la adolescencia (segundo proceso de individuación) que hará sus primeras elecciones objetales y laborales, que le abrirán el camino a una más sólida identificación sexual y vocacional.

Ahora, si bien la naturaleza de los modelos es importante, en el sentido de ofrecer un repertorio de interpretaciones socioculturalmente válidas, el joven hará la elección de sus modelos basándose sobre todo en el tipo y la calidad de las relaciones que establezca con los sujetos que interpretan tales papeles [c], lo cual no garantiza obligatoriamente una identificación socioculturalmente aceptada: un joven que se identifica con un padre pasivo, poco viril, que se deleita realizando preferentemente tareas consideradas tradicionalmente femeninas, no elige, desde el punto de vista de la cultura occidental, un modelo adecuado. Además, no es suficiente considerar las relaciones del niño con el padre de su mismo sexo y la interpretación por parte de éste de los papeles sexuales y vocacionales. También es necesario considerar las relaciones que establece con su otro progenitor y la interpretación de éste de sus propios papeles.

En este sentido, son varias las circunstancias que pueden llevar al varón a fracasar en su tarea de lograr una identificación sexual-vocacional acorde con lo culturalmente establecido:

  • La identificación con un padre pasivo, en oposición a una madre castradora.
  • La huida de la castración mediante la identificación con la madre.
  • La identificación con una madre fálica en oposición a un padre pasivo.
  • La identificación con una madre dominada y humillada en oposición a un padre excesivamente severo.
  • La seducción de un padre excesivamente cariñoso que lleva al niño a ofrecerse pasivamente como su objeto de amor.

Con relación a la mujer, se pueden presentar las siguientes situaciones:

  • La identificación con el padre como forma de afrontar la “envidia del pene”.
  • La identificación con una madre fálica.
  • Identificación con un padre no normativo por oposición a una madre fálica excesivamente normativa.
  • La identificación con un padre afectivo por oposición a una madre poco afectiva.
  • La identificación con un padre castrado por oposición a una madre devoradora.

Como quiera que sea, lo cierto es que las mujeres tienen mayor dificultad en el desarrollo de su papel sexual debido a que en la actualidad, en la cultura occidental, el papel femenino es menos claro que el masculino. Todavía hasta principios de siglo estaba claro que la mujer debía dedicarse a atender los “asuntos” del hogar. Hoy día, luego del movimiento de liberación femenina, se le han abierto a la mujer muchos campos de acción tradicionalmente masculinos (la medicina, la gerencia, la política...). La identificación sexual y vocacional se dificulta aún más debido a que, sin embargo, todavía se tiene en mayor estima los papeles “masculinos”.

Ahora bien, en lo que respecta específicamente al papel de los padres como modelos de rol vocacional, soportan al joven, más que en la elección de una profesión específica, en la adquisición y construcción de actitudes favorables para el desempeño en un determinado tipo de profesiones. Así, por ejemplo el hijo de un médico no necesariamente optará por ser médico, pero sí es posible que elija una profesión que requiera estudios superiores, que tenga un elevado nivel profesional y que implique asistencia a otras personas.

Todo el anterior análisis es válido cuando están presentes ambos padres. No obstante, cuando falta el padre varón, el proceso de identificación se dificulta, tanto para el joven como para la joven.

El varón se ve afectado, principalmente en el sentido de desarrollar características intelectuales consideradas tradicionalmente como femeninas [d]: suelen sacar puntuaciones altas en tests de capacidad verbal y bajas en tests de matemáticas.

Así mismo, suelen presentar puntuaciones bajas en tests tradicionales de inteligencia y menor rendimiento en el colegio, llegando incluso al abandono. También suelen despertar menor simpatía en su grupo social y ser bastante impulsivos.

En las mujeres, la mayor dificultad que se les presenta es para interactuar adecuadamente con los varones. En el caso de hijas de padres divorciados, es notorio su interés por buscar compañía masculina y el desarrollo de comportamientos relacionados con el sexo [e]; y aunque no se da una falta de preferencia por el papel femenino, suelen hallar gran placer en realizar preferentemente actividades consideradas como “masculinas”. En el caso de las hijas de madres viudas, por el contrario, las jóvenes tienden a ser tímidas y a evitar la compañía de los varones.

Como quiera que sea, lo cierto es que lo que se ha expresado acá está condicionado por muchas otras variables, por lo que es necesario tener cuidado, a la hora de enfrentarse a un sujeto concreto, con hacer interpretaciones mecanicistas de una realidad que es sumamente compleja.

7. LA AUTORIDAD DE LOS PADRES [7]

Cuando los padres no dan a sus hijos ninguna norma ni les limitan el campo de acción y expresión, en estas situaciones, el hijo se puede sentir perdido e inseguro.

Cuando los padres enfocan sus relaciones con los hijos como relaciones de poder, en las relaciones del hogar, los hijos que han sufrido un exceso de autoridad de parte de sus padres, suelen ser, unas veces, sumisos, mentirosos y reservados; otras, cuando se han sentido atacados, están a la defensiva.

Otra de las funciones de la autoridad, cuando le plantea a los hijos exigencias, es la de ayudar a que ellos vayan haciendo, poco a poco, los diferentes pasos de su desarrollo integral.

Los padres, al exigir determinados comportamientos, de sus hijos, deben darle las razones que motivaron hacerlo, cuando lo que le exigen o le niegan es razonable.

Valores y criterios normativos

Aunque el diálogo sea muy importante, los padres han de enseñar a sus hijos unas normas de conducta, han de orientarlos hacia los valores:

  • De la creatividad
  • De la interiorización
  • De la reflexión
  • De la libertad y la responsabilidad
  • Del orden en sus afectos
  • De la sinceridad
  • De la atención y la disponibilidad
  • Del esfuerzo y del estudio
  • De la amistad y del sentido comunitario
  • De la apertura a la trascendencia

Los padres de familia, sin exagerados conformismos o perfeccionismos, deben decidir y hacer lo que es necesario. Jamás deben omitirlo con el pretexto de que los hijos no acepten sus palabras o actitudes, se pongan a la defensiva y se muestren agresivos. Este silencio sería un error.

8. LA FUNCIÓN DE LOS PADRES EN LA ADOLESCENCIA DE SUS HIJOS

Por: John Jairo Giraldo

Para entender al ser humano es imprescindible considerarlo desde lo psíquico, pues es a partir de allí como más fácilmente se pueden entender los problemas humanos de orden mental.

Es en este orden donde juega un papel importante lo simbólico, puesto que es allí donde el ser humano transfiere por la operación de la parte inconsciente, las representaciones, que en este orden simbólico, hay ubicado el lugar de la norma. Se habla de transferencias inconscientes donde el ser humano ha simbolizado individuos y elementos en una relación directa con su sexualidad humana. Por la transferencia inconsciente genera los conflictos psíquicos [8].

Considerando que es en el seno familiar el lugar en donde se transmite el principal elemento socializador: la afectividad; y que es a partir de este momento, de la manera como sea transmitida al niño, la que incidirá posteriormente en su socialización.

«la familia es una institución en la que amar, proteger, educar y dar buen ejemplo son principios que rigen la acción educativa, es así como la violencia familiar y social se relaciona con una desviación de estos confusos ideales de convivencia humana. La consecuencia, según el discurso humanista, es una pérdida de valores. Una experiencia, la del análisis, ha demostrado que el reino del lenguaje y la razón se instala como la forma privilegiada del hombre para hacerse reconocer por el otro hombre» [9].

«El niño aprenderá a controlar sus impulsos en función de la manera en que haya sido entrenado para ello, y esa manera se basa en el estilo de disciplina utilizado en la familia y en el grupo social a que ésta pertenece, conforme avanza el proceso de socialización, el control de los impulsos se va desplazando desde el exterior del individuo hacia el interior, desde una coacción por parte de los adultos hasta una autonomía moral, símbolo de la madurez social de la asunción como propias de las normas sociales y de una adaptación social activa. Por tanto, desde el primer momento de la vida, la estimulación ambiental, desencadena procesos de aprendizaje importantes para el desarrollo posterior de todo tipo de capacidades individuales. Es decir, el éxito o fracaso en las diferentes situaciones por las que atravesará en su ciclo vital (aprendizaje escolar, vida laboral y afectiva, relaciones interpersonales, etc.) va a depender de la calidad y cantidad de las estimulaciones recibidas durante el período de preparación o aprendizaje, especialmente durante los primeros años de vida. En consecuencia, un entorno carencial dificultará su desarrollo y supondrá un serio obstáculo para su adaptación activa como adulto. Por el contrario, disponer de unas buenas condiciones ambientales que le favorezcan una estimulación temprana le va a colocar en una favorable disposición para el aprendizaje posterior. Sin una estimulación adecuada durante los primeros años de vida, más tarde será muy difícil recuperar el déficit adquirido, cuando esta situación carencial incide desde las importantes primeras etapas del proceso de socialización, sus efectos serán prácticamente definitivos y aún más si la totalidad del ambiente en que se desarrolla la vida del individuo participa de la situación carencial, sus efectos repercuten sobre todos los aspectos del desarrollo del niño. En consecuencia, el niño que nace y se socializa en un grupo desfavorecido arrastra una especial carencia estimular que va a dificultar considerablemente sus posibilidades de adaptación social activa y gratificante.

«Sin embargo, para que el niño llegue a poseer una seguridad emocional sobre la que apoyarse en sucesivas relaciones interpersonales es imprescindible que exista un equilibrio en los modelos, en el contexto y en las relaciones entre ambos. Cuando ese equilibrio se rompe, o simplemente nunca se ha establecido, la identificación con los modelos primarios no sólo no proporcionará al niño esa seguridad básica necesaria sino que creará en él un desconcierto y una inseguridad emocional que afectará, a veces profundamente, a su capacidad de comunicarse afectivamente» [10].

La “influencia educativa” ejercida sobre el niño por parte del contexto social y, más concretamente, del primer núcleo socializador, hace evidente la confrontación entre los planteamientos pedagógicos escolares y la familia: «los docentes perciben ese fenómeno cotidianamente, y una de sus quejas más recurrentes es que los niños acceden a la escuela con un núcleo básico de socialización insuficiente para encarar con éxito la tarea del aprendizaje. Para decirlo muy esquemáticamente, cuando la familia socializaba, la escuela podía ocuparse de enseñar. Ahora que la familia no cubre plenamente su papel socializador, la escuela no sólo puede efectuar su tarea específica con la tarea del pasado, sino que comienza a ser objeto de nuevas demandas para las cuales no está preparada» [11].

Es así como…

«…en nuestra cultura se suele considerar a la madre como portadora de la afectividad, pero son ambos modelos, padre y madre, los responsables del clima afectivo del hogar, entre otras razones, porque incluso desde la concepción tradicional de la familia, la manera en que se ejerza la autoridad influye, y a menudo determina, la manera en que se van a establecer las relaciones afectivas en el circuito familiar.

«En torno a esta relación afectiva primaria se organizarán las relaciones posteriores y en consecuencia, la personalidad de los objetos paternos va moldeando progresivamente el comportamiento del hijo y, por supuesto, su personalidad. Todo lo que afecte a cada uno de los padres está ejerciendo una influencia en el proceso de formación de la personalidad del hijo y en su moldeamiento social. Cabe agregar también que las experiencias de éxito o fracaso de los padres, repercuten poderosamente en la forma en que el hijo aprende a percibir el mundo que le rodea y se abre a él. Si esa experiencia es positiva, los padres transmitirán a sus hijos una seguridad básica. Si, por el contrario, el balance relacional de los padres resulta negativo, el resultado será la transmisión al hijo de una desconfianza, inseguridad e inestabilidad que dificultará la formación de una personalidad socialmente madura y el equilibrio relacional con el entorno. Por tanto, unos padres con unas experiencias rustrantes en su relación con el entorno social, difícilmente pueden transmitir a sus hijos una alta motivación de logro en relación con ese entorno. Por todo ello, el niño que nace y se socializa en una situación de pobreza accede al mundo escolar, primero, y al laboral, más tarde, ya con unas experiencias previas de fracaso que van a ser un fuerte impedimento para alcanzar un rendimiento adecuado y una relación gratificante» [12].

NOTAS

[a] Por supuesto que la identificación sexual y la formación de la personalidad se logran a lo largo de un continuum. Sin embargo, hay dos estadios en la vida del sujeto que, dado la madurez psíquica y cognitiva alcanzada en ellos, favorecen el desarrollo de determinados procesos de autonomización afectiva, intelectual y moral.

[b] Aunque sería más adecuado decir “suspención” pues, en realidad, durante la etapa de latencia permanece reprimido al inconsciente (cf. BLOS, Peter. La transición adolescente. ASAPPIA-Amorrortu editores. Buenos Aires. 1981. p. 258).

[c] Que no necesariamente han de ser los padres biológicos o sustitutos.

[d] Lo cual no significa que sean homosexuales.

[e] En el sentido de que estas jóvenes con frecuencia manifiestan actitudes evidentemente provocativas de exhibición y seducción.


FUENTES

[1] Mirada global. Inscripción a secundaria de hombres y mujeres. Revista Adolescencia. P. 435.

[2] Mirada global. Inscripción a secundaria de hombres y mujeres. Revista Adolescencia. P. 435.

[3] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[4] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[5] DAVITZ, Lois Liederman y DAVITZ, Joel Robert. Su hijo adolescente. Ed. Norma. 1995.

[6] Este escrito se hizo teniendo como base la obra de COLEMAN, J.C. psicología de la adolescencia. Ed. Morata. Madrid. 1985. 2 edición. Pp. 105-111; enriqueciéndola con algunos aportes del psicoanálisis.

[7] Cf. LUCAS, Miguel. Cómo trabajar los sentimientos. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá. 1998.

[8] Introducción al estudio de las perversiones: la teoría del Edipo en Freud y Lacan.

[9] GALLO, Héctor. Familia y violencia.

[10] VALVERDE MOLINA, Jesús. El proceso de inadaptación social.

[11] SAVATER, Fernando. El eclipse de la familia.

[12] VALVERDE MOLINA, Ob. Cit.

lunes, 17 de mayo de 2010

LA DESIGUALDAD EN LA REEDUCACIÓN

ENSAYO
ETICA Y REEDUCACIÓN.
EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD EN LA RELACIÓN
REEDUCANDO-REEDUCADOR

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Pedagogía Reeducativa
Nivel VIII, Grupo 01
Seminario de Ética I
Luis Carlos Correa
29 de mayo



FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1999

ETICA Y REEDUCACIÓN.
EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD EN LA RELACIÓN
REEDUCANDO-REEDUCADOR


Una de las grandes dificultades que se presentan en el proceso reeducativo, y que entorpece el desarrollo de la autonomía moral e intelectual de los reeducandos, es la asunción inadecuada de la figura del educador, debido, ya sea, a una falta de claridad sobre cuál deba ser ésta, conllevando a ambivalencias relacionales frente al alumno y derivando, frecuentemente, en una contratransferencia; y otras veces a causa de que se tiene una idea errónea de lo que representa el pedagogo reeducador para los niños y jóvenes, incurriendo en actitudes polarizadas de autoritarismo, de paternalismo o de permisivismo.

En el fondo de todo lo anterior está uno de los grandes olvidos que suelen sufrir los reeducadores: que los niños y jóvenes establecen con ellos una relación transferencial; que el educador, de modo inconsciente, se transmuta para el educando en la imagen de un otro objeto de amor y odio que no es él mismo (el educador), sino alguien que pertenece a la vida psíquica del joven (pasada o presente) y que suele ser originaria del ámbito familiar.

Es por ello que se hace necesario un profundo conocimiento de la historia del educando, pues no se puede ofrecer un tratamiento diferenciado e individualizador partiendo de un desconocimiento sistemático del proceso histórico en el cual se estructuró su personalidad, sopretexto de “redimirlo de su pasado”. Parte primordial de ese proceso, como ya se hizo notar, es la familia:
«Si concebimos metafóricamente la vida como una especie de juego en el que acaban triunfando aquellos que están mejor preparados, la familia es el espacio social en el cual se reparten las fichas para poder participar y se aprenden las reglas que lo rigen» (FLAQUER, p. 56).
Es en la familia, a través del amor y cuidados de la Madre, de los límites y normas impuestos por el Padre, de las relaciones de amor-odio, identificación-diferenciación e imitación-emulación entre los hermanos, que el niño va formando su personalidad, internalizando los valores y construyendo los patrones comportamentales a partir de los cuales ha de afrontar la inserción y la convivencia social*.

Es precisamente en el ámbito familiar donde comienzan los problemas de los niños y jóvenes. Para empezar, sus familias suelen estar profundamente desestructuradas, de forma que no hay una figura paterna, debido, en ocasiones, a la ausencia del Papá, o a que éste aparece frente al joven como alguien apocado, o distante, o violento y arbitrario en el ejercicio del poder. En contraposición, y reforzando lo anterior, la Mamá suele estar entronizada por el muchacho, y ésta, por su parte, suele asumir una actitud permisiva y en exceso mimosa, estrechando aún más los lazos de dependencia entre le joven, falto del cariño paterno, por una parte, y la mujer, falta del cariño conyugal, por otra parte.

Esto suele ser especialmente evidente en las familias matrifocales, en las que se une un nuevo elemento: al menos durante la mayor parte de la infancia de muchos de los jóvenes con dificultades para vincularse constructivamente al orden sociocultural, sus madres, al faltar el cónyuge, se ven obligadas a trabajar. Debido a la ausencia frecuente de la Mamá que esto ocasiona, “el hogar se vacía de contenido” (FLAQUER, p. 59), por lo que los niños y jóvenes buscan otros espacios afectivos y significativos: el parche y, posteriormente, el combo.

Una vez que el joven, generalmente a través del parche y el combo, accede a la violencia,** la delincuencia y/o la drogadicción, si no con la aprobación, por lo menos sí con el silencio cómplice de la Mamá, hace todo lo posible por recompensar el cariño y la fidelidad de ésta, dándole toda clase de lujos e, incluso, llegando a “liberarla” de la responsabilidad económica del hogar, constituyéndose así en el hombre de la casa. Ubicado en tal posición, el joven llega a uno de los máximos conflictos relacionales y afectivos a que se puede ver abocado: es el hombre de la que no puede ser su mujer, y el padre de aquellos que sólo lo reconocen como hermano.

En tales circunstancias, pues, llegan los jóvenes a la presencia del pedagogo reeducador. Luego de una historia marcada por las carencias afectivas y/o normativas, y por conflictos relacionales, el pedagogo reeducador se constituye en un otro significativo que “aunque no se lo proponga conscientemente, incide en el ser, el pensar y el actuar de sus alumnos” (OCHOA (a), p. 94)***.

Pero el educador no es un otro significativo cualquiera; es uno con el que el joven sí establece una relación directa, real, cara-a-cara, que se configura, en definitiva, como una relación transferencial: el educador viene a ocupar el lugar del Padre ausente y siempre anhelado, o del Papá violento y arbitrario. Otras veces, en cambio, es la Madre protectora y cariñosa, siempre amada y a la que se teme perder, y otras veces es la Mamá frustradora y posesiva, a la que odia y de la que desea liberarse.

Frente a este hecho es necesario, primero, que se establezca un encuadre (A) que ponga en claro las reglas de la relación, de forma que el joven no pase del amar y el odiar al actuar, y que, a su vez, el educador pueda permanecer siempre próximo y asequible sin involucrarse en las reacciones emotivas de los jóvenes. Por otro lado, como base de lo anterior, es necesario que el reeducador se asuma como representante de la Ley y no como la Ley misma, es decir, que no asuma el papel del Padre del educando; así mismo, tal representación de la Ley debe ser asumida desde un ejercicio de lo afectivo y lo tierno. El educador que logra conjugar norma y afecto, dentro de ciertos límites, puede decir con certeza que tiene autoridad:
«[El educador], para constituirse en representante de la ley, para representarla y transmitirla, debe estar investido de autoridad; la autoridad sólo la puede detentar quien está legitimado por aquellos ante quienes se ejerce» [OCHOA (a), p.93] .
El ejercicio de tal autoridad consiste tanto es mostrar el ideal como en establecer límites a los deseos y aspiraciones del joven. Es precisamente en este ejercicio donde se presenta el mayor factor de desigualdad en el tratamiento reeducativo. Partiendo de la idea de que los jóvenes son personas inmaduras emocional, intelectual y moralmente, se concluye que son incapaces de regir su propia vida. En consecuencia, debe ser el reeducador quien decida, sin la participación del joven, qué es lo que éste debe hacer, cuando hacerlo, cómo debe hacerlo. Es él quien determina los objetivos y las estrategias para lograrlos. Sobre esta base se justifica fácilmente:
  • El aislamiento provisional, “para que el joven pueda reflexionar y calmarse”, pero que no es más que un encalabozamiento mal disimulado.
  • La presión constante, a base de gritos, que para lo único que sirve es para que el educador y los operadores hagan su propia catarsis, liberando su agresividad, y para que los jóvenes se llenen de resentimientos y represiones.
  • "Ayudas" sin sentido, que no guardan relación con el hecho que las originó y que, en definitiva, son sólo una versión de los trabajos forzados.

Pero esto no es lo peor. Cuando hay denuncias de maltrato (físico o verbal) o de acoso sexual, fácilmente se opta por no creerle al joven, pues con facilidad se toma la postura de que seguramente sus denuncias son “falsas y obedecen a resentimientos”; o simplemente se cree que, por ser “inadaptados”, tienen “facilidad” y “tendencia” a la mentira y el engaño.

Es así como, para concluir, citamos a OCHOA (a):

«[...] el primero y más esencial compromiso ético de un educador es consigo mismo, compromiso que permite, a partir de una pregunta por su propio ser y desde allí por su actuar, reconocerse y comprenderse como humano, con limitaciones y potencialidades, con capacidad para amar y para agredir, con una historia particular que marca su trasegar por la vida» (p. 94).

NOTAS DEL ASESOR

*Para asumir cada una de estas relaciones le recomiendo el texto de Eugenio Trías “Meditación sobre el poder”. Barcelona. Anagrama.1986 y también “el lenguaje del poder” para abordar el análisis desde la categoría de poder.

**El parche y el combo no se pueden ver sesgadamente, ya que estos como espacios sociales posibilitan la construcción de nuevos significados y sentidos sobre valores, normas y representaciones que no siempre se objetivan en acciones violentas

***se recomienda consultar la obra de Pedro Demo, para clarificar las categorías del ser, el pensar y el actuar.

NOTA ACLARATORIA

(A)ENCUADRE: En psicoterapia, y en general en toda relación de ayuda, se entiende por encuadre el conjunto de normas que rige la relación entre el especialista y el cliente

BIBLIOGRAFÍA

FLAQUER, Lluís. Familia, desigualdad e identidad. Tomado de: Revista Claves de razón Práctica, Nº 61. Madrid. Abril de 1996. Pp. 46-52. En: FERNÁNDEZ MÁRQUEZ, Fredy y otros. Guía de estudio y trabajo, núcleo temático: Ética, niveles VIII-IX. FUNLAM. Medellín. 1999. Pp.54-66.

OCHOA, María Elena (a): El lugar del maestro y su función a partir de una postura desde la ética. En: Memorias “Seminario el educador”. Ciudad Don Bosco. 1996.

OCHOA, María Elena (b). La tradición de los Religiosos Terciarios Capuchinos y la función del educador amigoniano. En: Revista Alborada, Nº 309. Medellín. Noviembre-diciembre de 1996. Pp. 307-317.

viernes, 14 de mayo de 2010

CIUDADANÍA Y MULTICULTURALISMO


RELATORÍA SOBRE EL DOCUMENTO
“LOS VÍNCULOS QUE UNEN”*

CARLOS AUGUSTO ARIAS VIDALES

Pedagogía Reeducativa
Nivel VI, Grupo 01
Ética Y Praxis Reeducativa III
Patricia Parra
17 de octubre

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ
MEDELLÍN
1998

En esta relatoría no se seguirá el modelo que propone identificar secuencialmente tesis y argumentos del autor y posición personal. Más bien, se adoptará el método del ensayo, integrando en un todo coherente la exposición del pensamiento del autor y la del relator, partiendo de los argumentos para llegar, como conclusión, a la tesis.

El autor aborda un tema bastante complejo y, por ello, polémico. Por fortuna, consciente de ello, no trata de dar respuestas contundentes y absolutas. Y es que tal tipo de respuestas son completamente inapropiadas, además de obtusas, tratándose de la ciudadanía en los Estados modernos, caracterizados por la pluralidad, la diversidad y, en muchos casos, el extrañamiento mutuo de grupos que cohabitan en un mismo espacio geográfico, pero que difieren en raza, cultura, idioma, religión, etc. Es por ello que la antigua definición liberal de la ciudadanía como una igualdad de derechos de las personas ante la ley, en la actualidad, resulta ser anacrónica, violentadora e injusta y, por ello mismo, atenerse a tal definición fuera de consolidar los lazos cívico-políticos, los debilitaría.

Es por ello que hoy día se hace necesario replantear el concepto de ciudadanía común (homogeneizadora y absolutista), desplazándola hacía una ciudadanía diferenciada (pluralista y alterativa):
«En una sociedad que reconoce los derechos diferenciados en función del grupo, los miembros de determinados grupos se incorporan a la comunidad política no sólo en calidad de individuos, sino también a través del grupo, y sus derechos dependen, en parte, de su propia pertenencia de grupo» (p. 240).
Ahora bien, no se trata simplemente de que el Estado “adopte” legalmente esta visión de ciudadanía y de que establezca mecanismos de control y equilibrio que la garanticen. Se trata de algo más profundo: debe ser el conjunto de la ciudadanía la que debe integrar este concepto; más aún, si la ciudadanía diferenciada no nace como un movimiento del conjunto de la sociedad civil (de modo que las mayorías estén dispuestas a renunciar a su hegemonía política y, a su vez, las minorías ni cedan a la tentación subversiva ni se dejen aplastar ni diluir por las mayorías), entonces los temores de los liberales clásicos se harán una realidad. Esto, porque lo legal no necesariamente se convierte en una práctica cotidiana pero, en cambio, las prácticas cotidianas validadas socialmente sí son leyes. Y es de éstas leyes de las que, en definitiva, depende la estabilidad social que tanto le preocupa a los liberales.
«[...] la salud y la estabilidad de las democracias modernas no sólo depende de la justicia de sus instituciones básicas, sino también de las cualidades y actitudes de sus ciudadanos; es decir, de su sentimiento de identidad y de cómo consideran a otras formas de identidad nacional, regional, étnica o religiosa que potencialmente pueden competir con la suya [...]» (p. 241).
No se trata de “darle madera” a los liberales (en mi caso particular sería “tirar piedras sobre mi cabeza”). Su preocupación por la estabilidad social y política es legítima, sobre todo teniendo en cuenta que la salida más común a los conflictos nacionalistas es la violencia. Lo que no es legítimo es el empecinamiento de muchos en que la única forma de mantener la salud y estabilidad de las democracias es mediante una ciudadanía que sea como «un foro donde la gente superase sus diferencias y pensase en el bien común de todos los ciudadanos» (p. 241). Por el contrario la ciudadanía, más que ser un “foro” donde se superen las diferencias, debe ser un estado de encuentro, de diálogo y respeto de esas diferencias. Sólo entendiendo esto se estará en capacidad de comprender que la reivindicación de derechos especiales por parte de las minorías no supone siempre un atentado contra la identidad civil sino que, en muchos casos, por el contrario, son un honesto deseo de participar activamente en lo civil, lo cual no requiere obligatoriamente prescindir de la propia identidad como grupo cultural diferente y diferenciado dentro del conjunto de la sociedad. Cuando es este el caso, tratar de imponer una ciudadanía común traería más conflictos de los que supondría la ciudadanía diferenciada, pues se estaría dificultando la integración de grupos que desean alcanzarla:
«Cuando los grupos desfavorecidos solicitan la representación especial, por lo general no cuestionan la autoridad de la comunidad política principal, sino que, en palabras de John Rawls, consideran que los ciudadanos pertenecen “para siempre a un proyecto cooperativo”, aunque los grupos oprimidos precisen derechos especiales temporales para alcanzar la plena participación en ese proyecto cooperativo. También la mayor parte de los derechos poliétnicos dan por supuesta la autoridad de los organismos políticos del conjunto de la sociedad. Asumen que los inmigrantes trabajarán dentro de las instituciones económicas y políticas generales, si bien tales instituciones deben adaptarse para reflejar la creciente diversidad cultural de la población a la que sirven» (Pp. 248-249).
Se ve, pues, que la ciudadanía común, en estos casos, no sería más que una tiranía de las mayorías que intentan reducir a su mismidad a las minorías.

Todo lo anterior tiene que ver con las minorías en general. Pero cuando las minorías además comportan la característica de ser un grupo nacional autóctono, ligado por la historia y/o el origen al territorio que ocupan, el asunto puede complicarse, como ha venido sucediendo en Europa Oriental luego de la disolución de la URSS o como ha ocurrido desde antaño en el Reino Unido. Esa posible complicación consiste en la aspiración al autogobierno:
«[...] las reivindicaciones de autogobierno reflejan un deseo de debilitar los vínculos con esa comunidad política y, de hecho, cuestionan su propia autoridad y permanencia» (p. 248).
«Las minorías nacionales afirman ser “pueblos” distintos, con pleno derecho al autogobierno. Y aunque pertenezcan a un país mayor, no por ello renuncian a su derecho de autogobierno primigenio, sino que más bien se trata de transferir algunos aspectos de sus competencias de autogobierno a los estamentos políticos generales, a condición de conservar otros poderes para sí» (p249).
Cualquier salida extremista a este problema es conflictiva. Si, por una parte, se acepta conceder mayor autonomía a las naciones minoritarias, muy probablemente no estén satisfechas hasta conseguir su independencia. Si, por otra parte, se niega la autonomía, sin duda se buscará la secesión por medios violentos. Además, como quiera que sea, es cierto que «en el mundo hay más naciones que Estados posibles, y es necesario encontrar alguna vía para mantener la unidad de los Estados multinacionales» (p. 255).

Esa posible vía la da el mismo autor más adelante cuando afirma:
«[...] si existe una forma viable de promover un sentimiento de solidaridad y de finalidad común en un Estado multinacional, ésta deberá acomodar, y no subordinar, las identidades nacionales. Las personas de diferentes grupos nacionales únicamente compartirán una lealtad hacia el gobierno general si lo ven como el contexto en el cual se alimenta su identidad nacional y no como el contexto que la subordina» (p.259).
En conclusión, pues, el autor disipa los temores de los liberales clásicos, dejando ver que los derechos de las minorías no son necesariamente una amenaza a la estabilidad a largo plazo de las democracias modernas.

Sin embargo, la ciudadanía multicultural, tal como la expone el autor, puede ser tan excluyente como la ciudadanía común. Ésta es despótica por cuanto no permite que las minorías participen de lo civil y lo político desde su diferencia y pretende reducirlas mediante la homogeneización de derechos, con lo cual consigue, o bien impedir una plena integración de las minorías, o bien una reducción a la mismidad de las identidades particulares. La otra lo es porque no permite que grupos que quieren mantenerse al margen de la participación civil, rijan su destino lejos de los “peligros” que para ellos representa la interacción con otros grupos, lo cual, por lo demás, no significa obligatoriamente una amenaza para la estabilidad de la sociedad:
«Algunos grupos recientemente inmigrados plantean reivindicaciones similares a las de las antiguas sectas cristianas. Por ejemplo, algunos grupos musulmanes británicos han solicitado el mismo tipo de exención de la educación liberal que se concedió a los amish. Pero también son casos atípicos. Canadá, Estados Unidos o Australia no han aceptado este tipo de peticiones, ya que no se corresponden con los objetivos de la nueva política de polietnicidad. La filosofía de esta política es integracionista y se ajusta a lo que la mayoría de los nuevos grupos inmigrantes quieren» **(pp. 244-245).
Como se ve, queda claro el surgimiento de una nueva mayoría privilegiada (las minorías que desean “integrarse”) y de una nueva minoría discriminada (las minorías que no desean “integrarse”), a la cual se pretende homogeneizar.

En consecuencia, se deduce que la ciudadanía multicultural tampoco es una panacea y que encarna su propio tipo de absolutizaciones opresoras a las que hay que prestar atención.

De todos modos, el mismo autor reconoce que no tiene una respuesta clara sobre cuáles son las posibles fuentes de unidad en un Estado multinacional que afirme, en lugar de negar, sus diferencias nacionales (incluyendo el deseo de algunos grupos de vivir al margen de la sociedad).

NOTAS

* Noveno capítulo de: KYMLICKA, Will. Ciudadanía Multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías. Paidós, 1996.
** La cursiva es nuestra.